Primera copa. Cerca de 70 estudios científicos recientes, muestran cómo el consumo leve o moderado de vino mejora la función cognitiva y la agilidad mental. Además, ingerirlo en pequeñas dosis previene la demencia, tal y como lo demuestran estudios de la Academia Sueca Sahlgrenska basado en un seguimiento a 1500 mujeres durante 34 años, y la Universidad Johns Hopkins de los Estados Unidos. Esto se debe a que los antioxidantes del vino reducen la inflamación, impiden que las arterias se endurezcan (aterosclerosis) e inhiben la coagulación, mejorando así el riego sanguíneo de nuestro órgano pensante.

Segunda copa. El componente secreto y amigo de nuestro cerebro se llama resveratrol, una fitoalexina (algo así como una especie de guerreros antimicrobianos) presente en las semillas y la cáscara de las uvas rojas, que tiene el efecto de aumentar en el cerebro la producción de otra sustancia que protege a las células nerviosas del daño causado por sustancias oxidantes. Estudios en ratas señalan que si los humanos que consuman en promedio dos copas de vino tinto al día se les reducirá la posibilidad de sufrir un derrame cerebral entre un 30 a un 40% comparado con aquellos que no toman esta bebida.

Y una copita más. La importancia de los antioxidantes radica en que durante el metabolismo natural de las células se van produciendo también sustancias dañinas, es decir, los oxidantes, que pueden dañar a estas. Y cómo dice su nombre, los antioxidantes ayudan a alargar la vida de la célula protegiéndola del daño. Así que hagámosle caso al Dr. Dioniso y dejemos que el vino nos cuide el cerebro. Salud por eso y me llevo la botella.