Los miles de millones de seres vivos que pueblan nuestro , es decir, aquellas bacterias que forman la microbiota o flora intestinal, guardan una estrecha relación con los niveles de serotonina y, por tanto, con nuestro estado emocional. Así lo revela un estudio realizado por investigadores de las universidades de Zaragoza (España) y Exeter (Reino Unido), publicado en la revista científica ‘Plos One’.

En concreto, la investigación, llevada a cabo con células y verificada en ratones, ha demostrado cómo la activación de la proteína TLR2, un tipo de receptor celular del sistema inmunológico que reconoce los cambios en la cantidad y calidad de la flora intestinal, modula el transporte de serotonina, uno de los mecanismos cruciales en las enfermedades neurológicas e inflamatorias intestinales.

La conexión entre el intestino y el cerebro

“Aún queda mucho por estudiar, pero este trabajo puede mejorar nuestra comprensión sobre la conexión entre el intestino y el cerebro a través de la microbiota”, señala José Emilio Mesonero, profesor Titular de Fisiología en la Facultad de Veterinaria de la Universidad de Zaragoza e investigador principal del grupo “Fisiopatología Gastrointestinal”.

Alrededor de 100 billones de bacterias y otros microorganismos habitan nuestro intestino. Aunque la mayoría de ellos son beneficiosos para nuestra salud y reconocidos por nuestras defensas como algo que no constituye un peligro, otros provocan enfermedades y, por tanto, son detectados y mantenidos a raya por las defensas de nuestro organismo.

Este proceso de diferenciar los microorganismos beneficiosos de aquellos que son dañinos para la es regulado en el intestino por una gran cantidad de proteínas, cuya función es actuar como sensores del peligro. Sin embargo, a pesar de que con el uso generalizado de antibióticos en los últimos años se han conseguido controlar una gran cantidad de microorganismos patógenos clásicos, también se han eliminado bacterias beneficiosas para la salud.

La depresión y los antibióticos

Así, según los investigadores, esta alteración de la flora intestinal activa unos receptores celulares denominados TLR2 en las células del intestino. El problema es que los TLR2 no solo contribuyen a regular el equilibrio bacteriano, sino que su activación disminuye el transporte de seratonina en el organismo y, por tanto, tiene una consecuencia directa en el cerebro.

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