A las seis de la mañana, bajo la llovizna matinal, Eunice empieza a recoger las hojas tiernas de té que cultiva en Kenia, y poco a poco va llenando la cesta de mimbre que lleva atada a su espalda. El trabajo es duro, pero más todavía ver cómo el amenaza su principal sustento de vida.

Era en septiembre cuando solía empezar la buena época para recoger las preciadas hojas de té, pero la temporada “ya llega tarde”. Los ciclos de lluvia han cambiado y los agricultores ya no saben ni cuándo plantar en la zona central de Kenia, una de las regiones que mayor cantidad de té producen en el mundo.

“Ahora solo recogemos unos 30 kilos al día, cuando antes se llegaban a recoger hasta 60”, explica a Efe Eunice, una keniana de 36 años que saca adelante a sus cuatro hijos gracias a su pequeña plantación en la provincia central de Muranga, a unas dos horas al norte de Nairobi.

Cuando los clientes disfrutan de una taza de té keniano, desconocen que son los pequeños agricultores, que representan cerca del 60% de los productores de té en el país, quienes verdaderamente sufren los efectos del , y quienes luchan por combatirlo con los medios que tienen a su alcance.

Prueba de ello es que los más de 6.000 agricultores que proveen a la fábrica de té de Makomboki, situada en esta verde región, han puesto en marcha varios proyectos para mitigar los efectos del clima con el apoyo de la organización Ethical Tea Partnership (ETP), que trabaja para que la industria sea más sostenible.

“El cambio climático nos está afectando y por eso intentamos mitigar sus efectos. Tenemos formas de protegernos, como por ejemplo, con la plantación de árboles”, cuenta a Efe Anthony, uno de los agricultores de la zona.

Aumentando la población de árboles, han conseguido proporcionar sombra a las plantas de té y protegerlas del granizo y las heladas, algo que cada vez es más habitual en África Oriental y está echando a perder gran parte de las cosechas.

Para reducir la deforestación, también han empezado a introducir energías alternativas en los humildes hogares de los agricultores o en la fábrica, donde las cáscaras de nueces corrientes y las nueces de macadamia son el principal combustible de las fuentes energética.

“Es necesario sensibilizar a los agricultores de la importancia de proteger el medioambiente”, dice el responsable de Makomboki, John Gitao, que recalca el peso de la industria del té para Kenia, donde en 2015 representó el 2,5 % de su PIB.

Pero este pilar de la economía keniana está en peligro, ya que las tierras aptas para la producción de té en el país se verán reducidas en un 40% en el año 2050 debido a los efectos del cambio climático, según datos de ETP.

Los agricultores no están dispuestos a quedarse de brazos cruzados y ya asisten a programas de formación sobre técnicas agrícolas que reducen el consumo de energía y la emisión de carbono, además de mejorar la gestión del agua y la fertilidad de la tierra, aunque también son conscientes de la precariedad de este trabajo.

“No podemos vivir solo de esto. Yo cultivo también verduras y recojo huevos y leche de los animales que tenemos”, reconoce Eunice, que gana cerca de 300 chelines (poco más de 2 euros) al día por trabajar unas seis horas en el campo.

Las bolsitas de té que se producen en Makomboki cuentan con el sello de comercio justo, por lo que la comunidad se beneficia de proyectos sociales que incluyen educación, sanidad e incluso el reparto de ganado entre las familias para reducir su gran dependencia del cultivo de té.

Con el comercio justo, intentan combatir la mala reputación que arrastra la industria del té en Kenia, donde las precarias condiciones de los recolectores traen a la memoria la explotación que sufrían sus antepasados durante la época colonial en estas mismas plantaciones.

“Este tipo de agricultura nos proporciona más beneficios (…) y los proyectos (sociales) nos ayudan mucho”, asegura Eunice, que vive en pequeña casa de chapa junto a toda su familia.

EFE