Playas vírgenes. Playas vacías que sólo tendrías que disputar a unos pocos liopleurodones y algún que otro archegosaurus que probablemente te salpicaría la toalla y luego se la comería y luego a ti.

Vírgenes en general. Si viajas por la España de los últimos siglos ten en cuenta que los usos de ligue consistían en mirarse de lejos, casarse y entonces darse un beso. No voy a contar cómo estaban los baños por no desanimar.

Reuniones familiares. Reunirte con tus antepasados en algún punto del pasado suena bien, paradojas temporales aparte (intenta no matar a nadie). Pero al final es un poco todo lo mismo: haz el favor de darle un beso a la tataratataratatarabuela, que estáis asilvestrados; con esa barba pareces un pobre de pedir; en mis tiempos no nos aburríamos nunca, a cazar mamuts se ponía yo. Historias de la guerra que pasaron ayer: no te vas a ahorrar ni un detalle.

Estilos arquitectónicos. Estás delante de una catedral de alguna capital europea y ves cimborrios, torres, puertas con arcos ignotos y no te aclaras de a qué estilo pertenece cada cosa. La respuesta “ecléctico” te ha salvado el culo todas las veces, pero ahora tienes una opción mejor: viaja al pasado y contempla cómo la construyen. Sospechamos que detrás de toda esa grandeza siempre había un ñapas que te va a contestar “ah, no sé, yo soy un mandao”, pero vale la pena intentarlo.

Futuro inmediato. Viaja a dentro de 10 años y comprueba que las frases “y luego dicen que hay crisis” y “hay que hacer algo” se han convertido en clásicos.

Conciertos. Claro que molaría viajar hasta Woodstock o escuchar a Mozart tocando cuando era un mico. Pero imagínate poder saber qué grupos que ahora tamborilean con los dedos en la mesa de una terraza de Malasaña se van a poner de moda en unos años. Y poder decir, “a mí ya me gustaban cuando no les conocía nadie, antes molaban”. Para eso sí que iba a haber overbooking.

Una vez estuve en 1988. Había frigodedos además de frigopiés, Glenn Medeiros era lo más, tenía una novia rubita y las vacaciones duraban tres meses. Se estaba tan a gusto que me quedé un año.

Postapocalipsis. La vida es complicada en un futuro posapocalíptico. Hay que pegarse por la escasa comida, se vive un poco apiñado en los refugios y tienes que entregar a tu primogénito a cambio de un bidón de agua. Recomendable para los que ya veranean en las playas del Mediterráneo peninsular.

Dinosaurios. Imagínate cuando lo cuentes. Lo malo es que en las fotos del Instagram se te va a ver un poco pequeño al lado de bicho y no se va a percibir tu mirada morritos acero azul. Imagínate también una barbacoa de dinosaurio. Lo malo es que la barbacoa bien podrías ser tú.

Comodidad. Viajar al futuro se puede hacer bien y despacito. Se sienta uno en una terraza, se pide una caña con unas olivas y te quedas un rato viendo la gente pasar y al futuro ir llegando.