El monumento a Cristina de Suecia

Justo frente a la capilla de ‘la Piedad’ se encuentra el monumento (con una gran corona de bronce) a la reina Cristina de Suecia (1626-1680), cuya tumba se puede ver en las Grutas Vaticanas, justo al lado de la que ocupó durante algunos años Juan Pablo II.

En 1654, la reina nórdica protestante abdicó, se incorporó a la Iglesia católica y se vino a vivir a Roma, donde fue recibida con todos los honores por el Papa Alejandro VII.

En la Ciudad Eterna, siguió viviendo como una reina de la época. Era una mujer muy culta e independiente, amiga de Gian Lorenzo Bernini, aficionada de montar a caballo y a romper moldes. Una vez, durante un célebre enfado, disparó un cañón desde Castel Sant’Ángelo, con tan buena puntería que logró golpear la puerta de bronce de Villa Medici, que todavía hoy conserva como recuerdo la abolladura y la bala.

El monumento a Matilde de Canossa

Frente a la capilla de Santísimo, la hermosa mujer que sostiene las llaves de San Pedro y una triple corona papal en su mano izquierda, es la gran condesa Matilde de Canossa, la mujer que dominaba los territorios de la península italiana al norte de los Estados Pontificios a finales del siglo XI.

La espléndida escultura de Gian Lorenzo Bernini se alza sobre el sepulcro de la anfitriona del Papa Gregorio VII en su castillo del norte de Italia, al que acudió en 1077 el emperador Enrique IV para suplicar al Papa el levantamiento de la excomunión por haber reunido el año anterior en Worms un “concilio nacional” de 24 obispos alemanes y dos italianos que, para complacerle en una disputa con Roma, “depusieron” al pontífice.

Acompañado de su esposa Bertha, el emperador esperó tres días y tres noches arrodillado sobre la nieve a la puerta del castillo de Matilde hasta que logró obtener el perdón. El espléndido bajorrelieve del sarcófago presenta esa escena, conocida como la “humillación de Canossa”.

Siete santos españoles en la nave central

Las pilastras de la nave central están adornadas con gigantescas estatuas de santos fundadores o renovadores de grandes órdenes religiosas. Las del nivel inferior tienen 4,5 metros de alto, mientras que las del nivel superior llegan a los 5,5 para mantener la perspectiva.

Es todo un paseo por la historia de España, pues allí se encuentran, a un lado y a otro según se avanza por la nave, Teresa de Ávila (1515-1582), Pedro de Alcántara (1499-1562), Ignacio de Loyola (491-1556), Juan de Dios (1495-1550), Pedro Nolasco (1182-1249), Domingo de Guzmán (1170-1221), y Jose de Calasanz (1556-1648). Los peregrinos andaluces pueden fijarse además, en las marcas de la longitud de otros grandes templos cristianos, grabadas en el pavimento del eje central: la catedral de Sevilla figura con 132 metros.

El puente de San Josemaría Escrivá

Cuando se acabaron las hornacinas de la nave central, las estatuas monumentales de nuevos santos de impacto mundial pasaron a ocupar las grandes hornacinas del exterior de la basílica.

Sin necesidad de salir puede verse, desde el puente cubierto que va hacia la sacristía, la estatua de San Josemaría Escrivá de Balaguer (1902-1975), el último gran santo español, solicitada por Juan Pablo II e inaugurada por Benedicto XVI.

Un poco más allá está la estatua de la madrileña Santa María Soledad Torres Acosta (1826-1877), fundadora de las Siervas de María Ministras de los Enfermos y canonizada por Pablo VI. Muy cerca se encuentra la de Santa Edith Stein, la filósofa judía alemana que se convirtió leyendo a Teresa de Ávila, se hizo carmelita y murió en Auschwitz en el desastre de la Shoah.

Fuente: ABC