Hace 25 años la cúpula conservadora del Partido Comunista de la (PCUS) intentó frenar las reformas aperturistas con un , que fracasó estrepitosamente y precipitó la desintegración del país, que era lo que los golpistas declaraban querer evitar.

Aunque las advertencias sobre la posibilidad de un en la Unión Soviética estaban ya desde hacía tiempo sobre la mesa, nada hacía suponer que el 19 de agosto de 1991 era el día señalado por el ala conservadora del PCUS para apartar del poder al presidente .

Acosado, por un lado, por la anquilosada guardia comunista y, por otro, por los reformistas de nuevo cuño, como el presidente ruso Borís Yeltsin, y las elites regionales, ansiosas de hacerse con su parte del pastel del poder, Gorbachov ya no tenía recursos para gestionar el “proceso”, como gustaba decir el líder soviético.

El anuncio de la creación de un “comité estatal de emergencia” encabezado por el vicepresidente soviético, Guennadi Yanáev, y de una repentina enfermedad de Gorbachov que le impedía temporalmente cumplir sus funciones, puso una lápida a los intentos del líder soviético de democratizar el socialismo.

En un alarde de fuerza, los golpistas ordenaron la entrada de tropas acorazadas en Moscú, decisión que resultó inútil y, según muchos analistas, fue un tiro por la culata en toda forma.

Precisamente desde lo alto de uno de los carros blindados que había acudido a la Casa Blanca, la sede del Parlamento y el Gobierno ruso, Yeltsin proclamó su rechazo a los golpistas y llamó a la movilización popular para hacer frente a la asonada.

“Llamamos a los ciudadanos de Rusia a dar una respuesta digna a los golpistas y a exigir el retorno del país al cauce constitucional normal”, pronunció el líder ruso, quien pidió a los militares abstenerse de participar en un golpe que calificó de “reaccionario”.

Además, convocó a una huelga general indefinida e instó a la comunidad internacional a pronunciarse contra los golpistas.

La “perestroika” y la “glásnost”, las reformas y la apertura informativa, ya habían calado en la sociedad soviética, y miles de moscovitas, desafiando el estado de excepción, se concentraron y levantaron barricadas junto a la Casa Blanca para hacer frente a la asonada.

“¿Sois conscientes de que anoche habéis dado un golpe de Estado?”, la pregunta de la joven periodista rusa Tatiana Málkina estalló como un latigazo en la sala de prensa en la que Yánaev, autoproclamado presidente en funciones, intentaba explicar la “enfermedad” de Gorbachov y las acciones del Comité de Emergencia.

Las manos temblorosas del líder de golpistas delataban su nerviosismo.

Entretanto, la suerte de Gorbachov, recluido en su residencia estival de Foros (Crimea), seguía siendo un misterio para los soviéticos: para algunos el presidente soviético se había marginado él mismo de la situación dejando actuar a los golpistas, mientras que para otros era su prisionero, como se confirmó más tarde.

El “comité de emergencia” había impuesto una rígida censura sobre los medios de información, permitiendo sólo la circulación de la prensa oficial comunista, pero aun así no consiguió acallar totalmente ni siquiera a los medios estatales.

Incluso la televisión oficial, gracias al esfuerzo de sus periodistas, mostró imágenes de Yeltsin llamando desde lo alto del blindado a rechazar a los golpistas.

Mientras junto a la Casa Blanca aumentaba el número de sus defensores, el “comité de emergencia” no se decidía a aplastar ese foco de resistencia, al que ya se sumaban efectivos militares.

El tiempo y la credibilidad se les escurrían rápidamente a los golpistas, que no hallaban respuestas a la creciente movilización popular en Moscú y Leningrado (la actual San Petersburgo), pese a la implantación del estado de excepción.

Ni siquiera el toque de queda impuesto al día siguiente, el 20 de agosto, consiguió impedir las manifestaciones antigolpistas, que se cobraron tres víctimas mortales en un confuso incidente nocturno durante un desplazamiento de blindados en las proximidades de la Casa Blanca.

El derramamiento de sangre disparó las disensiones en los altos mandos de la Fuerzas Armadas, que consiguieron que el ministro de Defensa, Dmitri Yázov, miembro del “comité de emergencia”, ordenara el retorno de las tropas a sus cuarteles, que comenzó a primera hora de la mañana del 21.

La asonada ya estaba en sus últimos estertores, y así lo entendió Yeltsin, que envió a su vicepresidente, Alexandr Rutskói, a Foros a buscar a Gorbachov.

La madrugada del 22 de agosto el presidente soviético regresó con Rutskói a Moscú, la capital de un país que ya no gobernaba y que terminaría por desintegrarse en sólo cuatro meses.

(Fuente: EFE)

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