Ángel salía a trabajar al campo y Rosa remoloneaba todavía en la cama cuando la guerra civil española irrumpió salvajemente en su pequeño pueblo, que vivía casi ajeno al conflicto hasta que los decidieron probar sus aviones de bombardeo.

Era el 25 de mayo de 1938. Ángel Bertrán, con 15 años, iba hacia los campos de avellanos que rodean Benasal, un pueblo de 1.000 habitantes en la provincia de (este), en la cordillera que separa la costa mediterránea de la meseta central española.

“De repente pasaron tres aviones, no muy altos. Giraron hacia el pueblo y bajaron en picado”, recuerda a sus 93 años instalado en una silla rústica de madera en el recibidor de su casa.

“Se pusieron en fila y soltaron sus bombas. Caían muy rápido, silbaban muy fuerte. En unos segundos, solo se veía polvo”. Se frena, piensa. Y con voz rasgada añade: “Al volver al pueblo, estaba todo destrozado”.

Las fotos de la época lo corroboran: manzanas enteras reducidas a escombros, la calle mayor con aspecto apocalíptico, la cúpula y el techo de la iglesia barroca volada por los aires…

Murieron al menos 13 personas, víctimas de una novedosa táctica bélica: los bombardeos aéreos.

’Campo de pruebas’

La , que estalló tras el fallido golpe de Estado del 18 de julio de 1936 de varios generales contra la Segunda República española, fue la primera en que “la aviación tuvo un papel importantísimo”, dice el historiador Joan Villarroya.

Se utilizó en la batalla y también en la retaguardia, bombardeando sistemáticamente la población civil para “causar terror y minar la moral”.

Hospitales, escuelas, teatros, mercados e incluso iglesias se convirtieron en blancos militares.

No hay cifra precisa de muertos. Los historiadores pudieron comprobar unos 10.000 pero el total puede ser mucho mayor. Una gran mayoría fue víctima del bando insurgente liderado por Francisco Franco y apoyado por la Alemania de y la Italia de Benito Mussolini.

Los republicanos recibieron ayuda soviética, aunque mucho más limitada.

En noviembre de 1936, Madrid fue la primera capital europea bombardeada. En 1937, Guernica, en el País Vasco, sería totalmente arrasada por la Legión Cóndor alemana, una masacre inmortalizada en la famosa obra de Pablo Picasso.

Paralelamente, desde Mallorca, la aviación italiana martilleaba el levante español, especialmente Barcelona, donde morirían 2.500 personas.

España fue para ellos “un campo de pruebas para la Segunda Guerra Mundial”, indica el historiador Josep Sánchez Cervelló. “Querían saber los efectos de las bombas sobre la población civil. Fue el pánico absoluto”.

Experimento Stuka

Benasal sufrió uno de estos experimentos, las pruebas del o Stuka, un bombardero que atacaba cayendo en picado para aumentar la precisión.

Durante décadas, nadie se explicó los bombardeos: eran un pueblo irrelevante, sin tropas y con el frente a 30 kilómetros.

Pero en 2011, Óscar Vives, profesor universitario originario de Benasal, descubrió un informe militar alemán titulado “Imágenes de los efectos de las bombas de 500 kg” donde comprobó que Benasal y tres pueblos vecinos sirvieron para probar estos aviones muy utilizados al principio de la II Guerra Mundial.

En total, un balance de al menos 40 muertos “por culpa de un experimento, de unas pruebas de armamento”, lamenta Vives.

El tiempo no borró la memoria. Con 90 años, Rosa Soligó recuerda que ella se encontraba todavía en la cama cuando las bombas cayeron cerca de su casa.

Su madre gritó, se escuchó un “ruido enorme” y parte del edificio se vino abajo. “Cuando nos sacaron de las ruinas, teníamos todo el cuerpo ensangrentado pero las heridas por suerte no fueron muy graves”, explica.

Los aviones volvieron tres días después pero ya no quedaba nadie. Todos habían huido. “Vivimos en cuevas durante días, por miedo a que volvieran”. “Sufrimos mucho… Mucho”.

’Castigados por la historia’

Los restos de la barbarie se contemplan todavía en Corbera de Ebro en Cataluña, cerca del río Ebro, escenario de la batalla más sangrienta de la guerra que acabaría consagrando la victoria del bando franquista.

Corbera “fue completamente arrasada” por los insurgentes, señala Sánchez Cervelló. Rodeada durante semanas de fuego y humo, el pueblo se llegó a conocer “la llama permanente”, explica el historiador local Joan Antonio Montaña.

Profesor de instituto, ejerce también de guía por las ruinas de Corbera: montañas de escombros, casas destripadas y paredes a punto de desplomarse. En medio, una iglesia barroca, con el campanario ametrallado y sin techo.

Sus habitantes intentaron regresar pero las condiciones “eran dantescas” y acabaron construyendo un pueblo nuevo al lado. Tras la dictadura de Franco (1939-1975), las ruinas se convirtieron en espacio de memoria de “un pueblo castigado por la historia”.

(Fuente: AFP)

TAGS RELACIONADOS