Hace poco se acaba de subastar una primera edición de una verdadera joyita literaria, se trata de un fascinante manual de sexo del siglo XVII que toca prácticamente todo lo concerniente a una relación sexual, desde “el uso y función de los genitales” hasta arcaicas pruebas de embarazo o “nacimientos monstruosos y sus razones”. Nadie sabe por qué el texto se tituló La obra maestra de Aristóteles, a pesar, obviamente por la fecha de escritura y otros detalles más, no haber sido escrito por Aristóteles.

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El anónimo autor la publicó en 1684 y hoy quedan solo tres primeras ediciones completas, de acuerdo al librero Jeremy Norman, quien valuó una de ellas en 65 mil dólares. El escrito, sin ningún tipo de pudor, abunda en consejos prácticos para copular, concebir y dar a luz. “Condúcela hacia el deseo con besos lascivos”, le aconseja el libro al lector masculino. “Con todo tipo de devaneos y tentaciones sensuales. Pero si percibes que ella no reacciona y está fría, debes consentirla con todo tipo de delirios, abrazos y cosquillas… entremezclando más besos lascivos con palabras lascivas y discursos, manipulando sus partes secretas y pezones para que ella coja fuego y se conduzca al desenfreno”.

“Las mujeres, que ‘en general están más contentas teniendo algo bien hecho, una vez, que algo mal hecho frecuentemente’, pueden saber si han concebido si, después de dejar su orina 3 días en un vaso, perciben “pequeñas criaturas viviendo ahí”. El hombre, por su parte, puede saber si su mujer está embarazada si la nota con los párpados hinchados y a medio abrir, si ella tiene migrañas o si sus ojos están inyectados de sangre los días siguientes al coito.”, indica este primitivo vademécum sexual.

El libro también habla de los “nacimientos monstruosos”, que el autor atribuye a “la imaginación maternal, brujería, copulación entre hombres y animales o un desorden en la matriz”. Incluso incluye ilustraciones de posibles monstruos engendrados bajo estas condiciones.

Esta obra fue leída hasta su extinción, habiendo tenido gran demanda y por ello solo sobreviven tres copias de la primera edición. Curiosamente se continuó reimprimiendo y leyendo a escondidas hasta principios del siglo XX, incluso James Joyce, en su Ulises, la cita.