Leonardo da Vinci fue un hombre con muchos talentos, que lo llevaron a recorres distintas carreteras del arte y la ciencia, para dejar legado de sus técnicas y descubrimientos que hasta el día de hoy impresionan. Pero ¿sabías de la existencia de un recetario escrito por Da Vinci y que en las anotaciones al margen hay todo un catálogo de normas de protocolo en la mesa, incluyendo, dónde sentar a un asesino? El llamado “recetario” de Da Vinci es el Codex Romanoff, escrito aproximadamente en 1490. En esta obra aconseja, en una anotación a margen de página, el noble arte de sentar a un asesino sin saltarse el protocolo que en toda buena mesa debe regir. En el podemos encontrar esta inusual norma:

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Cómo sentar a un asesino a la mesa

“Si hay un asesinato planeado para la comida, entonces lo más decoroso es que el asesino tome asiento junto a aquel que será el objeto de su arte, y que se sitúe a la izquierda o a la derecha de esta persona dependerá del método del asesino, pues de esta forma no interrumpirá tanto la conversación si la realización de este hecho se limita a una zona pequeña. En verdad, la fama de Ambroglio Descarte, el principal asesino de mi señor Cesare Borgia, se debe en gran medida en su habilidad para realizar su tarea sin que lo advierta ninguno de los comensales y, menos aún, que sean importunados por sus acciones. Después de que el cadáver, y las manchas de sangre, de haberlas, haya sido retirado por los servidores, es costumbre que el asesino también se retire de la mesa, pues su presencia en ocasiones puede perturbar las digestiones de las personas que se encuentran sentadas a su lado, y en este punto un buen anfitrión tendrá siempre un nuevo invitado, quien habrá esperado fuera, dispuesto a sentarse a la mesa en ese momento”.

Imaginado que al leer tal norma, pienses que es un ‘jaladura de cabello’ el invitar a cenar a un asesino para que asesine entre la entrada y el segundo, te damos la razón, pero uno nunca sabe. Pero lo que sí sabemos, es que tal Codex Romanoff no existe y fue una invención de unos escritores que querían entretener a sus lectores el Día de los Inocentes. Pero vaya que medio mundo se lo creyó. Y aunque Leonardo Da Vinci sí tuvo una cierta inclinación por la comida, y hasta llegó a abrir una taberna que tuvo que clausurar por falta de clientela, no se dio el tiempo de escribir tal recetario ni normas de cómo sentarse a la mesa. Aun así, a pesar del bulo, ya sabemos cómo sentar a un asesino a la mesa.