William Lamport, (1611-1659), nacido en Wexford, Irlanda, fue un teólogo, matemático, astrólogo, rebelde y pirata (es ahí donde aprende a dominar el sable y convertirse en un gran espadachín). Ingresa como soldado del Imperio español, donde castellaniza su nombre a Guillén Lombardo, y protagoniza batallas heroicas en Nördlingen, en 1634, y en Fuenterrabía, en 1638.

Fue enviado a México con la misión de averiguar si el ex virrey apoyaba secretamente una rebelión en Portugal. Una vez cruzado el mar, daba vuelo a sus venas de espadachín y conquistador pasando sin recato alguno, y sin mucha precaución, por las habitaciones de buena parte de las mujeres de la alta sociedad del México colonial, entre ellas la de una rica y codiciada heredera llamada Antonia Turcios, y hasta la de la mujer del marqués de Cadereyta, el ex virrey a quien venía a vigilar.

Pero Lombardo escondía en su interior la idea de que ese territorio, llamado Nueva España, no pertenecía al rey Felipe IV, pues consideraba que “ni era suyo, ni lo había conquistado legítimamente”. Es así que maquina un plan que pretendía llevar a cabo, en el que, falsificando documentos, se haría pasar por hijo natural de Felipe III, con el propósito de usurpar el puesto del virrey para liberar a indígenas, negros y mestizos. Pero comete el error de confiarle su plan al capitán Felipe Méndez, quien lo delata ante la Inquisición.

Fue arrestado, juzgado y de inmediato encarcelado por la Inquisición; acusado de brujería; de conspirar, junto con una banda de indios y esclavos negros, contra el Gobierno, y de haber inducido a la ex virreina al adulterio. Esa primera estancia en la cárcel duró siete años y le sirvió para idear, impulsado por los indios y negros, un movimiento independentista, y de paso, aprender astrología y perfeccionar su ‘brujería’.

El 26 de diciembre de 1650, valiéndose de la baraja, la pócima y la espada, escapó de prisión y organizó a las fuerzas autóctonas para luchar por su independencia. Clavó su pregón de los justos juicios de Dios, en la catedral de México, llegándolo a introducir hasta en la cámara del virrey y divulgando diversas otras copias. Es vuelto a capturar, logrando escaparse tiempo después, para ser capturado una vez más.

El 19 de noviembre de 1659, Guillén Lombardo fue condenado a muerte en la hoguera, amarrado de pies y manos, y con las lenguas de fuego alcanzándole los pies, se las ingenió para estrangularse antes de que tuviera lugar la indignidad de morir quemado. La fama de Lombardo se expandió por todo el mundo colonial y sirvió de inspiración para varias revueltas.

Casi doscientos años más tarde, en 1872, el escritor mexicano Vicente Riva Palacio, inspirado por el estilo mosquetero de Dumas y rigurosamente documentado en las actas del archivo del Santo Oficio, escribió una novela basada en la vida de Lombardo que tituló: Memorias de un impostor. Don Guillén de Lampart, rey de México. En la historia, Lombardo, realzado por su lado esotérico, se defienda de los embates de la Inquisición fundamentando sus contraataques en el “principio de la vida”, en “la chispa divina” o “resplandor”, que representa la palabra hebrea ziza, cuyo símbolo es la letra Z.

En 1919, Johnston McCulley, un periodista neoyorquino de origen irlandés, escribió The curse of Capistrano, una pulp novel basada en la historia de Riva Palacio, y la aligeró, con dos novedades: el “Guillén de Lampart” que venía de “William Lamport” pasó a ser, “Diego de la Vega”, y la Z de ziza se convirtió en la inicial de su nombre de guerra: Zorro. De esta manera, William Lamport, aquel héroe fue objeto de la más paradójica de las celebridades: la de ser mundialmente famoso con otra patria, otro nombre, otra cara, otra historia y una máscara, la de El Zorro.