En la medicina occidental del siglo XIX el enema de humo de tabaco era un procedimiento médico a utilizar. Así como lo leen. ¿Cómo habrá reaccionado un paciente de aquella época al enterarse de que el tratamiento para su enfermedad consistía en insertar un aparato para insuflar humo de tabaco en su recto a manera de enema? ¿De dónde provenía este uso? De los nativos norteamericanos.

Pues el humo de tabaco insertado por ‘la puerta de escape’ sirvió para tratar de curar infinitas enfermedades y dolencias, desde el típico dolor de cabeza que todos hemos padecido hasta insuficiencias respiratorias. El uso de este tratamiento, llegó a tal punto que se creía que podía sanar los dolores de estómago, incluso se utilizaba para reanimar a víctimas de ahogamiento, es decir, su uso se igualó a la respiración artificial.

Tuvieron que pasar muchos años hasta que en 1811, Benjamin Brodie, un científico inglés, consiguió demostrar que la nicotina, que era el principal agente activo del humo del tabaco, introducido en el cuerpo humano se convertía en un veneno contra el corazón que conseguía parar la circulación de la sangre, y lo demostró con animales en los que experimentó. Aquel informe llevó a la casi eliminación de los tratamientos de enemas de humo de tabaco entre los médicos a pesar de que algunos se resistieron a dejarlo.

¿…un cigarrito?