El poder es un afrodisíaco muy efectivo, y eso la historia lo sabe muy bien. Algunos hombres poderosos dieron rienda suelta a sus bajas pasiones sexuales, y estas trascendieron más allá de las paredes de sus habitaciones. Aquí 3 grandes ejemplos.

Félix Faure, el presidente que murió feliz

Félix Faure fue el séptimo presidente de Francia, pero es más conocido por la curiosa forma en que murió, que por lo que hizo en vida. Faure murió el 16 de febrero de 1899, de un ataque de apoplejía mientras mantenía relaciones sexuales en su despacho de palacio con su amiga, Marguerite Steinheil. Luego se supo que Faure dio su último suspiro mientras la Steinheil le practicaba sexo oral, lo que provocó muchas burlas por parte de la prensa y de la oposición política. A Steinheil se le dió el apodo de “la pompe funèbre” (la bomba fúnebre), y fueron publicados varios artículos sobre su vida íntima por la prensa francesa.

La muerte de Fernando el Católico

Cuando murió Isabel la Católica, su esposo Fernando ya viudo, debió enfrentarse a su yerno Felipe El Hermoso, que quería para sí todo el poder en Castilla. Para evitarlo, el monarca decidió casarse con una joven muy fogosa de 16 años, Germana de Foix, sobrina del rey francés, para tener descendencia con ella y evitar que Felipe heredase el reino de Aragón. Lo que ocurrió es que Felipe el Hermoso murió joven, y su mujer, Juana la Loca, fue declarada incapacitada, de manera que Fernando se convirtió en Regente de Castilla, con lo que el asunto quedaba resuelto.

Pero el problema fue que la fogosa Germana le siguió exigiendo que cumpla con sus deberes sexuales al envejecido Fernando, que ya era sexagenario, por lo que este tuvo que recurrir a los testículos de toro para estimular su potencia sexual. Como todos sabemos, los años no pasan en vano y el remedio no funcionó con el monarca que, abrumado por las exigencias de su joven esposa, recurrió a la cantárida (Lytta vesicatoria), un insecto que vive en los algunos árboles y cuyo organismo contiene una sustancia que provoca la dilatación general de los vasos sanguíneos (lo mismo que hace la moderna Viagra). Los efectos vasodilatadores de la cantárida son generales y podían provocar hemorragias cerebrales. Y eso es lo que le ocurrió a Fernando el Católico, que murió de una apoplejía, la pena es no saber si fue en acto de servicio o en los preliminares.

La pornografía de Alfonso XIII

Quizás la faceta más desconocida de Alfonso XIII – abuelo del actual rey de España – sea que él es el responsable del origen del cine porno español. Las primeras películas porno españolas fueron rodadas en Barcelona en los años 20, por encargo del Conde de Romanones, que actuaba en nombre del rey Alfonso, un gran aficionado al género. La productora encargada de realizar estas películas era la “Royal Film” (el nombre era para no levantar sospechas, claro) de los hermanos, Ricardo y Ramón Baños. El papel del rey no era solo pagar por ellas, sino que a veces, sugería algunos argumentos de las películas para que los productores los desarrollaran.

Pues hay una anécdota del rey que no deja lugar a dudas acerca de su ligero carácter: A finales de los años 20 llega a España Anita Loos, una famosa guionista de Hollywood, que había saltado a la fama en 1925 por su obra “Los caballeros las prefieren rubias”. Alfonso XIII la invita a tomar el té en el palacio. Empiezan a conversar y el rey le pregunta por el cómico Fatty Arbuckle, que era una de las estrellas del cine mudo estadounidense. La guionista le cuenta que en 1921 el cómico participó de una orgía, muy comunes en el Hollywood de esa época, y que aparentemente violó con una botella de champán a Virginia Rappe, una actriz debutante que murió dos días después. Arbuckle fue exonerado, pero el escándalo terminó con su carrera en Hollywood. Anita Loos le cuenta al Rey todo esto y Alfonso XIII le contesta:

- “¡Joder, qué mala suerte, pero si eso le puede pasar a cualquiera!”.

Finalmente, la mayoría de las películas porno fueron destruidas durante la guerra civil o después, durante la dictadura, ya que el franquismo no veía con buenos ojos que se supiese que el rey de España tenía esas aficiones.