A Frankie Knuckles se le consideraba, sin demasiadas discusiones al respecto, uno de los principales artífices del ‘house’, género estrechamente vinculado a las pistas de baile cuya influencia en la cultura popular de las tres últimas décadas resulta difícil de cuantificar. Su trabajo como pinchadiscos en Chicago, ciudad a la que se mudó desde su Nueva York natal para trabajar en el club The Warehouse, sentó muchas de las bases del estilo y allanó el camino a otros muchos DJ’s.

En las sesiones de Frankie Knuckles, al cerrar The Warehouse trasladó su residencia a otro garito histórico, The Power Plant donde se escuchaban hitos del sonido Filadelfia, la disco-music, el italo-disco o el funk, pero también las últimas sensaciones synthpop llegadas desde el Reino Unido o a grupos que operaban en la vanguardia pop. La cabina no fue su único espacio de trabajo. Producciones como The Album (1990) o Beyond the Mix (1991) son piedras angulares del género. Durante años desarrolló una importante labor como remixer para grandes estrellas del pop y la dance-music como Madonna, Michael Jackson, Whitney Houston o Depeche Mode.

Producto de un inteligente reciclaje de géneros preexistentes, el ‘house’ nació en el underground y fue trasladándose paulatinamente a otros ámbitos. Y su influjo permanece hoy día incluso en el territorio mayoritario: basta con escuchar la obra de superventas como Daft Punk, Lady Gaga o David Guetta para confirmarlo. El fallecimiento de Frankie Knuckles, inesperado pese a que sus problemas de salud no eran cosa nueva: en 2008 le amputaron un pie por culpa de la osteomielitis, supone la pérdida de un verdadero pionero, respetado en todo el mundo. En Chicago lo tienen bien claro: Jefferson Street, la calle en que estaba el Warehouse, tiene el título honorífico de ‘Frankie Knuckles Way’ desde 2004. Ese mismo año, el alcalde de la ‘ciudad del viento’ declaró que, en adelante, cada 25 de agosto sería el ‘Frankie Knuckles Day’.