Hay fotos y fotos. Los álbumes familiares son tesoros invalorables, que las madres románticas sacan del cajón del escritorio para mostrárselas a las visitas que llegan a casa. En algunas fotos se pueden apreciar nuestros primeros desnudos artísticos, disfrazados de zanahoria o conejito, nuestros primeros trajes de noche, etc., y aunque muchos nos sonrojamos, al fin y al cabo eran el reflejo de nuestra inocente infancia. ¡Pero las fotos de la adolescencia quémenlas!

Si hay algo que la mayoría de adultos tratamos de esconder en el baúl del olvido, son nuestras fotos de la pubertad y adolescencia, cuando comenzábamos a mutar, y el acné creaba mapas en nuestros rostros, el metal se apoderaba de nuestros dientes y la vestimenta era la que atrozmente estaba de moda. Y ni hablar de los peinados, los frondosos ochenteros, los salserines noventeros o los multilooks del nuevo milenio, que ahora al recordarlos nos hacen preguntar: ¿en qué pensábamos?

Pues el registro fotográfico de estas épocas hormonalmente tormentosas, las tratamos de ocultar bajo llave o destruirlas. Pero, ¿y las fotos del anuario? las que están en manos ajenas, en las que no tienes control, esas que en cualquier momento pueden ser escaneadas, subidas al Facebook y lo peor de todo, ser etiquetado; esas fotos de anuario, son un peligro. Sino pregúntenles a los famosos chicos malos del rock, a quienes no les gustó para nada ser vistos en sus épocas de escuela. Aquí los impresionantes antes y después.