“Cuando me hizo eso me quería morir, pero tuve que seguir trabajando para que mi papá y mi hermano no se dieran cuenta porque, o me mataban a mí o lo mataban a él”, así Romelia, una inmigrante indocumentada, empieza a narrar su mala experiencia cuando trabajó en un campo de fresas del Condado de Ventura (California).

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“Al principio me halagaba, me mandaba piropos y me hacía sentir bonita, aunque estuviera con la cara y las uñas llenas de tierra, pero luego subió de tono y empezó a manosearme”, comenta.

Eso pasó hace siete años, cuando Romelia tenía 22 años y recién había llegado ilegalmente a Estados Unidos, porque necesitaba dinero para mantener a su pequeño hijo. Según comenta, ya le habían advertido que debía usar camisas grandes para cubrirse del sol y de los hombres, pero ni eso fue suficiente.

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“Una tarde, cuando ya casi terminábamos el día, el supervisor me llamó a la oficina y me dijo que si quería salir con él. Cuando le dije que no, me hizo ‘eso’ y me amenazó con hacerle daño a mi papá y a mi hermano, quienes también trabajaban ahí”, cuenta muy afligida.

Estos casos son muy frecuentes

Historias como la de Romelia no son extrañas para Milly Treviño, una de las fundadoras de “Líderes Campesinas”, una organización que se dedica en brindar ayuda a campesinas para que conozcan y hagan valer sus derechos.

“Las mujeres inmigrantes campesinas además del tomate, el algodón, la naranja, las uvas y otros productos, también cultivan el miedo, porque con demasiada frecuencia enfrentan el acoso y el abuso sexual”, explica Treviño, quien comenta que recibe recibe cientos de denuncias de humillación, manoseos, presión para tener relaciones sexuales, acoso verbal, entre otros.

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Aunque es difícil determinar con exactitud la magnitud de la violencia sexual que sufren las campesinas, la organización que preside Treviño estima que nueve de cada diez trabajadoras del campo han tenido algún tipo de experiencia de este tipo o conocen a otra que ha pasado por una situación así. Si deseas leer el reportaje completo, puedes entrar aquí.

Fuente: La Opinión

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