Los padres que tienen un hijo Síndrome de Down saben muy bien lo especiales, cariñosos y tiernos que pueden llegar a ser. Aunque muchos los vean como una carga, tenerlos como hijos es una de las mejores cosas que nos ha podido pasar en la vida. Pocos saben ver ese mágico lado donde aprender y crecer con ellos cada día es algo increíble.

Sherry Clair es una mamá que tiene un hijo con Síndrome de Down y un día mientras que se acercaba a pagar, la cajera hizo un duro comentario. Clair publicó un conmovedor artículo en The Migthly, aquí te la compartimos:

_A veces se me olvida que nuestro hijo tiene Síndrome de Down. Es fácil distraerse con sus rabietas de niño de dos años, su sonrisa traviesa y su energética actitud. Gabe tiene muy buen corazón pero es algo terco. Cuando su hermana de 4 años está teniendo alguna pataleta propia de su edad, él inmediatamente corre donde ella para ver si se encuentra bien. Además, mi hijo suele subirse en las piernas de la gente repentinamente y tocar sus caras con los dedos sólo para decirles “te quiero”.

También destruye cosas. Abre los cajones, saca las cosas y las arroja al suelo. Cuando lo vas a reñir, él agacha la cabeza y te mira sonriendo, como diciendo “lo siento”. A veces nos ayuda a recoger lo que desordenó y otras se va a destruir algo más en otra parte. ¡Le encanta la música! Se pone a bailar a penas escucha alguna canción. Es imposible que se resista a participar cuando cantamos y bailamos canciones infantiles, sin importar cuán enojado pueda haber estado hace un momento. Gabe es capaz de hacer música con cualquier cosa, incluso con los fuegos artificiales de Año Nuevo.

A veces se me olvida, porque Gabe es simplemente eso: Gabe. Cuando lo miro no veo el Síndrome de Down, veo a mi hijo, veo al hermano de Abi. Un niñito dulce, determinado y motivado.

A veces se me olvida y esto hace que sea aún más difícil para mí cuando alguien me lo recuerda de un modo no muy amable.

Como la cajera que me miró con lástima y maliciosamente me susurró: “Apuesto a que te hubiera gustado saber que tu hijo iba a salir así antes de que naciera, ahora hay exámenes para eso”.

Sentí impacto, horror, dolor y hasta furia. Consideré por un segundo sacudirla y golpearla con la caja registradora hasta dejarla inconsciente. La miré bien. Le podría haber ganado.

Pero en vez de eso usé el ingenio. Sonreí como desquiciada y le dije: “¿Cierto? Es mucho más difícil deshacerse de ellos una vez que ya nacieron. Créeme, he tratado…”. ¡Lotería! Se le desencajó la mandíbula y me miró impactada. Me incliné hacia ella por sobre la caja registradora y le susurré: “¿Lo que querías decir es que está bien que yo lo mate mientras está dentro mío pero no una vez que ya salió? Según yo no hay ninguna diferencia. Y, por cierto, supimos todo lo que había que saber sobre él durante mi embarazo. Es nuestro hijo ahora y lo era también entonces. De ninguna manera dejaría que dañaran a ninguno de mis hijos, incluso en ese período en que son ridículamente considerados como algo desechable”.

Había olvidado que, a veces, las otras personas no ven inmediatamente a Gabe sino que ven a un “niño con Síndrome de Down”. Ven a padres por los que sienten lástima y una hermana agobiada. A veces se me olvida, hasta que levanto la vista y observo esa lástima en sus ojos o escucho sus poco discretos murmullos.

A veces se me olvida que no es su culpa. Ellos simplemente no saben._

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