Cuando nos dicen que nuestro hijo o hija se parece a nosotros es imposible evitar que se nos hinche el pecho de orgullo. Allison Tate es madre y bloguera que escribió el artículo “Se parece a ti” en Huffington Post, aquí te lo compartimos:

Se parece a ti

Todavía no me acostumbro a decir las palabras, “mi hija.” Después de tres niños, pensé que el universo y yo habíamos llegado a un acuerdo de que yo estaba destinada a ser una madre solo de hombrecitos, mi futuro entrelazado con espadas de luz y pantalones cortos atléticos, y LEGOs de aquí a la eternidad.

Pero luego llegó Lucy: Lucy, mi hija. Me había preguntado todos estos años como se vería una versión femenina de mis hijos. Me preguntaba si sería alta, como ellos siempre han sido, si sería delgada y curvilínea, si tendría los ojos azules de mi primogénito, o los ojos cafés de los otros dos. Me preguntaba si sería un ratón de biblioteca como yo, si jugaría con muñecas así como con figurillas de La Guerra de las Galaxias, si subiría árboles y bailaría ballet.

Ya no me pregunto esas cosas. Mis mañanas ahora comienzan con un pequeño bulto en forma de niña al lado mío, acurrucándose conmigo, su chupete dando vueltas, sus manos debajo de mi pecho. Su nombre significa “luz”, y le va a la perfección: Donde quiera que vayamos, ella transmite felicidad con una sonrisa que arruga su nariz. “Es igual a ti,” dicen sus admiradores, sus ojos yendo de su cara a la mía.

Sonrío porque esto me pone tan orgullosa, pero lucho contra la necesidad de hacer una mueca. Estoy de acuerdo; se ve como yo. Se ve muy parecida a mis fotos de bebé. Tienes mis ojos azules, mi pelo castaño, mis mejillas redondas.

Pero en el minuto que reconozco que mi bebé “es igual a mí,” se me forma un nudo en la garganta. Un millón de imágenes, fotos de mi vida pasan por mi mente antes de que las pueda detener:

Sentada en un condominio en la plaza con mis primas, cuando tenía unos 8 años, estirando mi camiseta hacia abajo para tapar mi estómago luego de que uno de ellas dijera que “estaba muy gorda”.

Leyendo los labios de dos de mis compañeros en mi clase de 6to básico y dándome cuenta de que el niño en la conversación—el que me gustaba en ese tiempo—está diciendo que nunca podría gustarle porque…ahí inflaba las mejillas y moviendo las manos de manera circular.

Haciéndome la permanente en mi pelo liso e imposiblemente grueso, una y otra vez en un intento desesperado de lograr el look encrespado de los 80, solo haciendo que las apretadas ondas cayeran casi inmediatamente;

Usando camisetas sueltas, de hombre talla XL por sobre mi traje de baño en las vacaciones de primavera en la escuela, escondiendo tanto mi horrible estómago como mi escote precoz.

Pasando una horrible cantidad de tiempo en mi primer año de universidad deseando ser rubia, y codiciando el color de pelo de otras, luego de decir que cualquiera puede verse más interesante y bonita si es rubia.

Y haciendo dieta, mucha dieta. Estaba muy preocupada de lo que comía y del ejercicio. Estuve mucho tiempo yendo a gimnasios oscuros, caminando hacia ninguna parte y contemplando mi reflejo en el espejo sin entender por qué cómo yo pensaba que debía lucir nunca concordaba con lo que veía ahí.

Lucy, en cambio, es una de las cuatro personas más lindas del mundo para mí, junto con mis tres hijos. Amo sus ojos azules. Amo su pelo castaño. Amo sus mejillas redondas. Amo tantas cosas de ella que sé que le di de este cuerpo que nunca fue lo suficientemente bueno y lindo para mí. Así que cuando las personas me dicen que nos parecemos, me duele porque sé que algún día ella puede sentir el mismo desprecio hacia sí misma que yo he sentido—y porque sé que yo he sido injusta conmigo misma por tanto tiempo.

Mi deseo más ferviente para esta niñita que he esperado tanto tiempo para tener, es que ella no pierda tanto tiempo y energía como perdí yo. Espero que ella pueda llegar a apreciar esas mejillas redondas que nos ayudan a vernos más jóvenes cuando empezamos a envejecer. Espero que llegue a valorar su pelo castaño, que, si es como el mío, tendrá reflejos naturales cada verano. Espero que siempre confíe en que ella completa las fotos, no las arruina. Espero, y aún así me siento un poco impotente, porque sé que mi madre y mi padre tenían las mismas esperanzas para mí. Me decían que era linda frecuentemente, así como inteligente, valiente y talentosa. Mis heroínas eran Nancy Drew y Anne Shirley, no Barbie o las princesas Disney. Confiaba en mis habilidades y talentos en todos los otros aspectos de mi vida. Mis padres hicieron lo mejor que pudieron, fui una persona exitosa, y aún así me sentía horrible.

¿Cómo le enseño a mi hijita a amar—o al menos a no odiar—esas mismas características que yo desprecié por tanto tiempo? Quizás no hay ninguna forma segura de vacunar a una niña en contra de la inseguridad respecto a su aspecto físico, pero tengo que intentarlo. Parte del esfuerzo, yo sé, significará finalmente perdonarme a mí misma: no solo aprender a aceptarme junto con todas mis imperfecciones como suficiente, sino que también perdonarme por el abuso emocional que he llevado a cabo en contra de mi cuerpo en la mayor parte de mi vida. Tantas veces las personas hablan de lo que la maternidad de puede quitar: tu tiempo, tu cuerpo, tu sueño, tu paciencia. Puede ser que sea necesario amar desesperadamente a mi hija—cada parte de ella, incluyendo los reflejos de mí en ella—para darme a mí misma algo más importante: aceptación. Quizás algo de eso podría pegársele a ella.

He sido, como solemos ser, mi más dura crítica. Mi desafío es enseñarle a mi hija a ser su propia campeona. Mi trabajo es hacerla entender que ella es suficiente, incluso en los momentos en que ella no se siente así.

Es igual a mí. Necesito ver eso como una bendición, no una maldición. Estoy tratando.