Me costó mucho “corazón“… No sabes cuántas veces me escondía en el baño a llorar en las actuaciones del día del padre; cuando estás en primaria, las clases de Folklore/Baile, se concentran en prepararte para alguna performance.

En clase de manualidades, la profesora nos enseñaba a hacer porta-lapiceros, carteras, y portaretratos para el día del Padre… ¿Sabes? Fue muy difícil ver a todas mis amigas felices cuando terminaban sus trabajos y estaban emocionadas, porque al llegar a casa, se lo darían a el primer hombre “modelo” de sus vidas, a ese hombre al que le dicen “Papá”.

Yo nunca le he dicho “Papá” a nadie. Te juro que lo he intentado, pero no me sale… Ni siquiera contigo. No puedo. Siento que, aunque somos de la misma sangre y llevo tu apellido, no lo eres.

Hubiera sido muy bonito poder contar contigo y confiar en ti a ciegas. Tú nunca fuiste un hombre de palabra… Será por eso, tal vez, que Mamá se empeña tanto en que yo sea una mujer que cumple lo que dice y no se auto-cojudea.

Dicen que nos parecemos en muchas cosas: ambos fumamos, nos gusta jugar poker, y las billas… ¡Ah! Y soy igual de chata que tú.

Mamá tuvo que trabajar todo el día (todos los días) para poder alimentarme, vestirme, educarme y pagar las pensiones del colegio que tú jamás pisaste por mí; las contadas veces que fuiste a recogerme, me esperabas en el estacionamiento. Ella, no tenía tanto tiempo disponible para ir a verme bailar o cantar, pero la entiendo… se despertaba temprano para prepararme el desayuno y llegaba tarde y cansada del trabajo.

Para serte sincera, no recuerdo mi niñez. Me acuerdo de la etapa escolar.

No importa cuánto intente, tú no estás en mis recuerdos. ¿Sabes a quién veo? A Mamá.

Mamá trabajando, Mamá revisando si ya había hecho las tareas, Mamá preguntándome cómo van las notas, Mamá forrando mis libros y cuadernos, Mamá limpiando el cuarto y enseñándome a hacer mis cosas sola; Mamá enseñándome a ser fuerte y a no rendirme, Mamá perdiendo la paciencia y luego recuperándola; Mamá sonriendo cuando, en invierno, llegaba a nuestra cama y encontraba su sitio calientito para ella y yo, yo me sentía feliz porque la abrigaba. Qué gran Mamá tengo, carajo.

Mira… Aunque tú no tuviste las agallas de hacerte responsable y dar lo mejor de ti, no te preocupes, Mamá se hizo cargo. Ella sí cumplió. Y… sobre todo, me enseñó a perdonar. Algo que es muy difícil cuando se hace de verdad.

Así que te deseo lo mejor. Lo digo de corazón. Espero que ahora entiendas que, ser “Papá”, no es lo mismo que haber participado en el acto que me dio la vida. Espero que no cometas los mismos errores con la nueva familia a la cual perteneces. Y espero que ningún otro hombre cometa tus errores.