Tienes una reunión para, posiblemente, conseguir un cliente. Vas a ducharte y tratas de mantenerte firme. Te pones algo ni tan formal ni tan casual para tu reunión y sales.

Estás a punto de parar un taxi, hasta que recuerdas que si tomas ese taxi, tal vez no te alcance el (low) Budget (presupuesto bajo) para después… así que caminas para tomar un micro.

Mientras estás ahí, sentada y un poco fastidiada porque te olvidaste de llevar ese libro que hace tiempo quieres leer, ves a la gente a tu alrededor. Sientes que probablemente eres la más misia de tooooodo el micro (y era lunes a las 7:30 a.m., así que había bastaaaaante gente)

Te bajas y caminas hacia la cafetería en la que acordaron reunirse. Te encanta ese café porque la atención es increíble y sobre todo, porque se puede fumar en las mesitas que están afuerita. Recuerdas que solo te puedes tomar un café, y tiene que ser un expreso o un americano (o un vaso con agua… con hielo), porque no te alcanza para un capuchino… algo que supere las 5 lucas.

Llega tu potencial cliente, hablan sobre lo que él necesita para su marca y lo que tú puedes ofrecerle, y quedan en reunirse de nuevo dentro de 3 días. Lo primero que pasa por tu mente, es que no tienes presupuesto para movilizarte el día de la reunión ya pactada… pero no puedes darte el lujo de chotear esa reunión. Tú necesitas ese cliente y él te necesita a ti.

Camino a casa, después de hacer un “balance general” mental, empiezas a recordar las deudas de la tarjeta, tu mala costumbre de no saber ahorrar, y todos los pagos retrasados que tienes por haber sido tan cojuda de renunciar a todo por huevadas no trascendentales. Te sientes como una irresponsable (y cojuda) total… ¿en qué momento dejaste de ponerte primero y cediste en todo por alguien?, ¿en qué momento dejaste de lado tu carrera y empezaste a correr la carrera de alguien más?, ¿en qué momento decidiste joderte?

Empiezas a listar todas las películas que has querido ver en el cine y no has podido (por la plata), todas las veces que quisiste salir un viernes a tonear o ir de shopping y no has podido (por la plata) y la terrible sensación que es estar contando religiosamente (enfermizamente) cada céntimo que gastas.

Recuerdas que aunque a ti siempre te gustó chambear en equipo, tu sueño era otro. Tú no querías trabajar para alguien toda tu vida, tú querías emprender tus proyectos y sacarte la mierda por alcanzarlos.

Te sientes confundida. No sabes si renunciar a este “martirio” que es sentir la incertidumbre de si conseguirás a un cliente o no; de si toda esa energía que le pones a lograr tu sueño, en algún momento valdrá la pena; de qué rayos habrás hecho para merecer esto (además de ser una tarada por renunciar todo por huevadas)…

Estás a punto de empezar a mandar tu C.V. como una loca desesperada, hasta tal punto que te sabes todas las de computrabajo y aptitus ; pero justo antes de acordarte que tienes que actualizar tus datos y en qué carpeta de tu desordenada computadora lo guardaste, sucede algo en ti.

Te pones a pensar en que no has dado todo de ti; en que todo ese esfuerzo que estás haciendo, se verá retribuido más adelante; en que si no te lanzas a luchar por tus sueños, no solo nadie más lo hará por ti, sino que te arrepentirás de no haber aprovechado tu juventud y energía para emprender algo. Algo que siempre quisiste. Algo tuyo.

Algo pasa. No sé si el universo o Dios te mandan la energía que necesitas o si alguien conjuró algún hechizo o te cambió el chip, para que recuerdes por qué estás luchando… y que este es el momento de demostrarte a ti misma que puedes hacer tus sueños realidad.

Lánzate y no tengas miedo, porque siempre habrá alguien que te ayudará a levantarte, “alguien” a los que solemos llamar: familia y amigos.