El lugar elegido, un lujoso palacio de la avenida Iena, junto al Arco del Triunfo y los Campos Elíseos de París, hizo que en lugar de un desfile organizase dos, uno tras otro, ambos con un reducido número de invitados repartidos en diferentes salones, cada uno “vestido” de un color y una flor dominante, de orquídeas blancas, rosas rosas, rojas, iris o mimosas.

Además de ser espectacularmente bello y original, ese insólito telón de fondo había sido pensado ya como “una metáfora de la colección misma”, según las notas entregadas a los invitados, como pudo comprobarse en casi cada modelo, por sus colores y también por sus volúmenes, abiertos como flores sobre la silueta femenina.

El espectáculo fue multicolor, pero comenzó con una serie de trajes negros, de chaqueta con caderas realzadas, pantalones rectos pitillo hasta los tobillos y vestidos recogidos con un cinturón metálico del mismo tono.

Negro, pero ya sin mangas, para cócteles y ocasiones más especiales aún, el nuevo traje pantalón Simons/Dior se convirtió en un top-minifalda con escote palabra de honor sobre pantalones pitillo.

Esa prenda, a medio camino del top y del minivestido, a veces con pequeñas mangas cortas, a menudo con escote palabra de honor bordado de pedrerías, en estrecha relación con la histórica chaqueta Bar del Dior de los años cincuenta del siglo XX, será una de las claves del próximo otoño-invierno Dior visto por Raf Simons.

La idea de flor/pantalón negro se declinó, igualmente, en tops de escote palabra de honor enteramente bordados de gris, rojo y azul o bordó las caderas de una chaqueta negra entallada cerrada en profundo escote en “v” sobre el pecho.

En total fueron 54 modelos, en los que el gris ocupó un lugar importante para vestir de día a las mejores clientas de la firma, con una sobriedad y un lujo muy acorde con los tiempos y con los diez años en los que el maestro fundador dirigió la Maison Dior, de 1947 a 1957.

EFE