En los países de Latinoamérica es común que las jóvenes, al iniciar su periodo menstrual, cuenten con productos sanitarios que las ayuden a hacer más llevadera esta etapa de su vida. Sin embargo, en Uganda la situación es totalmente distinta e incluso muchas de ellas dejan la escuela.

“El 40% de las niñas terminaban dejando la escuela por algo tan cotidiano como la , por la falta de acceso a productos sanitarios. Me dije que no podía ser, que eso tenía que cambiar”, a BBC Mundo la colombiana Diana Sierra, quien les cambió la vida por completo.

Ella decidió no quedarse en silencio y solo mirando lo que les ocurría a las pequeñas sino que decidió actuar y, literalmente, poner las manos en la masa para dar una solución y así repartir productos sanitarios a niñas en 13 países de África y también en otras partes del mundo.

¿CÓMO LES CAMBIÓ LA VIDA?

En una aldea de Uganda un paquete de toallas sanitarias o compresas cuesta unos 75 centavos de dólar, el sueldo de un día entero de trabajo para quien gana el salario mínimo.

Al ser tan costoso y muchas veces necesario más de un paquete, Diana Sierra cuenta que “la mayoría se mete una tela gruesa entre las piernas, incluso paja seca. Y teniendo en cuenta que caminan kilómetros para llegar a la escuela; esto les produce llagas y ampollas”.

Según Unicef, algunas familias todavía siguen una antigua tradición que consiste en desterrar a las niñas y a las mujeres en casetas apartadas cuando tienen su periodo, “así que en muchos casos, por ese miedo al estigma, las niñas deciden no ir a la escuela”, dice Sierra.

Con el fin de que las pequeñas no pierdas más clases y la menstruación no signifique más complicaciones para ellas, Diana Sierra, quien es diseñadora industrial, decidió “hackear las toallas sanitarias” y crear los calzones de .

Ella recurrió a un pedazo mosquitero y una tela de sombrilla que “sería la parte impermeable, la que evitaría que la ropa de la niña se manchara”.

“Sobre ella cosí un pedazo de mosquitero, formando un bolsillo básico”, en el cual las niñas podrían meter una tela, que después podrían intercambiar por una limpia. Con el paso de los días y las experiencias vividas, comprobó que muchas niñas no tenían ropa interior, por lo que rediseñó el prototipo y lo hizo en forma de calzón reusable.

Junto a Pablo Freund, experto en empresas sociales, consiguió el capital incial para lanzar el producto con el que alcanzaron el éxito y la satisfacción personal.

Hasta el momento han distribuido un total de 20.000 calzones y la mayoría se los han vendido a ONGs para que los repartan en sus programas en distintas localidades y de esta manera ayudar a las niñas a llevar de una mejor manera la menstruación, sin afectar su salud y limpieza personal.