Aunque casi nadie en el mundo del fútbol se atrevía a admitirlo, en el estadio Luzhniki de Moscú se respiraba este miércoles una extraña atmósfera impregnada del áspero aroma de la venganza y la épica.

Sabores de un ayer que ninguno de los 22 protagonistas sobre el césped había vivido, pero que pesaba con distinta densidad en la historia de ambas selecciones, y en la memoria colectiva y futbolera de las dos aficiones.

Remontarnos debemos al 12 de junio de 1986 el estadio Tres de Marzo de Zapapoa, sede del último encuentro de la fase de grupos del mundial de México, al que y Marruecos llegaban con opciones de clasificación para la segunda ronda.

Capitaneados por Futre, y con jugadores como Diamantino y José Faría en sus filas, los lusos arrastraban la vitola de favoritos tras un inicio algo irregular, subidos a la ola de una raquítica victoria frente a Inglaterra y una derrota por la mínima ante Polonia.

Los marroquíes, liderados en la portería por Zaki Badou, habían arrancado dos meritorios empates sin goles y afrontaban el choque con todas las opciones sobre la mesa y la ilusión de poder hacer historia.

Treinta y dos años después, los anales reseñan que la gran batalla de Zapapoa concluyó con el hito de la primera clasificación de un equipo africano para la segunda ronda de un mundial.

Un triunfo (3-1) que aún luce en las vitrinas de Marruecos como la más brillante de su historia, y una derrota que los portugueses siempre han intentado no recordar, y cuyos contradictorios efluvios planeaban hoy sobre un estadio teñido por el rojo sangre de las dos aficiones.

Un monocroma carmesí poco habitual en la siempre colorida Copa del Mundo que habría complacido a Lenin, inspirador de un coliseo en el que todavía destaca su monumental estatua.

Y es que el propio estadio también guardaba en sus renovadas entrañas una trozo escondido de la historia que apelaba a la memoria y al heroísmo que atesora y define el fútbol.

Construido en 450 días sobre una zona de inundación (luzhniki, en ruso) en uno de los meandros del río Moskova, fue inaugurado en 1956 y fue la sede principal de los juegos Olímpicos de 1980, en los años de la Guerra Fría.

Hasta hoy, había acogido dos grandes partidos europeos: la final de la copa de la UEFA de 1999 en la que el potente Parma de Buffon, Cannavaro, Sensini, Baggio, Verón y Crespo derrotó con contundencia al Marsella de Blanc y Pirés.

Y la final de la Champions de 2008, la primera entre dos equipos de la Premier, y en la que , entonces en el Manchester United, levantó su primera orejona tras derrotar al Chelsea en la tanda de penales.

La estrella lusa, el ‘Comandante’ de Portugal, era el único de los hombres que saltaron al campo de inicio que había pisado antes la tupida y mullida alfombra de un Luzhniki algo seco.

Y como en aquel partido de hace una década, le bastó un potente y certero cabezazo en el área para dejar su sello y adelantar a su equipo ante una defensa marroquí que empezó algo blanda, y que después apenas hubo de esforzarse ante una Portugal sin nada de fútbol.

Los marroquíes dominaron el partido, lucharon hasta la extenuación frente a una campeona de Europa que solo tiró a puerta en dos ocasiones.

Fallaron una eternidad y se marcharon del Luzhniki con el agridulce sabor que deja el honor de haber competido como los mejores y una venganza fría que le convierte en la primera selección eliminada.

EFE