El mundial de Uruguay celebrado en 1930 dejó sin esperanza a Italia, que quedó desilusionada tras el rechazo de su sede como país anfitrión del primer campeonato del mundo.

Sin embargo, cuatro años después recibió su premio a la tolerancia y a la paciencia, recibiendo de parte de la FIFA, el encargo de organizar la segunda edición del torneo de fútbol más importante.

El mundial se celebró entre el 27 de mayo y el 10 de junio de 1934, consiguiendo una mayor aceptación que el anterior.

La participación de 32 países hizo necesaria la celebración de una fase preliminar que incluyó a la misma selección anfitriona y de la cual salieron los 16 equipos participantes en la fase final.

Como respuesta a la renuncia de muchas selecciones europeas cuatro años antes, varios países suramericanos, entre ellos Brasil y Argentina, no enviaron sus mejores equipos al torneo, incluso el reciente campeón Uruguay prefirió no viajar a defender su título.

Por lo tanto, se esperaba que los cuartos de final estuvieran llenos de equipos europeos y fue así.

La selección local tenía que enfrentar a España para acceder a la semifinal, en un partido que tuvo que repetirse al día siguiente tras el final igualado a uno luego de jugada la prórroga. (En aquella época no existía la serie de penales para definir un partido).

La estrella italiana, Giuseppe Meazza, marcó el gol que le dio a los italianos el pase a la semifinal contra la poderosa Austria, eliminando a los españoles.

En un estadio de San Siro que parecía un lodazal tras una tormenta torrencial, fue de nuevo Meazza, que jugaba su cuarto partido en una semana, quien marcó el gol de la victoria por 1-0 ante los austriacos clasificando a su equipo para la final. El rival de los italianos sería Checoslovaquia, que había vencido a Alemania por 3-1.

El domingo 10 de junio, fue el día escogido para la final contra los checoslovacos. Un partido que sería infartante para los 55 mil tifosi italianos que asistieron al Estadio Nacional de Roma, más aún cuando el checoslovaco Puc adelantaba a su equipo en el marcador. El estadio enmudeció. Sin embargo, a ocho minutos del final, el ítalo-argentino Orsi logró el empate italiano, llevando el partido a la prórroga.

Cuando la angustia se hacía notar en cada uno de los integrantes de la escuadra ‘azzurra’ apareció Schiavio, tras gran jugada de Meazza para poner el 2-1 final. La tenacidad, esfuerzo y calidad italiana empezaban a escribir una historia que, hasta hoy, sigue sin final.