Esponjas para absorber el agua que inunda el césped del Moulay Abdellah, dos tubos para secar un terreno de juego con más arena que verde, taxistas que cobran lo que les apetece, aduanas de aeropuerto que retienen material periodístico con un control excesivo que posteriormente brilla por su ausencia en el momento importante; la llegada de los jugadores del Real Madrid al hotel de concentración cuando una veintena de seguidores se saltaron el control de la policía local y miembros de seguridad privada.

Nada es normal en Rabat, ciudad en la que llueve días contados al año y el cielo no cesa de descargar agua en dos días consecutivos en pleno Mundial de Clubes. Aterrizó el vuelo del Real Madrid entre una fina capa de agua que se convirtió en tormenta con relámpagos en los veinte minutos de trayecto del autobús al lujoso hotel de concentración, el Sofitel Jardín des Roses.

Allí todo parecía calmado, con más miembros de seguridad que personas entre policías, miembros de seguridad privada, seguridad del hotel, personal de FIFA y del Real Madrid. Ni una sola camiseta blanca. Ni una sola bufanda. Todo parecía controlado.

En un autobús azul escoltado debía llegar la plantilla del vigente campeón de Europa. Fue entrar en el complejo hotelero y de la oscuridad salieron una veintena de aficionados que arramplaron con todo. Entre cánticos quisieron tocar a sus ídolos, expresaron toda su pasión sin que pudieran ser frenados. Rápido hicieron un cordón de seguridad para que los futbolistas, acuciados por la lluvia y el descontrol, accedieran corriendo a su cuartel general.

Será solo por unas horas. Los peores presagios viendo ayer la piscina en la que se convirtió el terreno de juego del Moulay Abdellah en el encuentro entre Cruz Azul y Western Sydney Wanderers, se cumplieron cuando, antes de viajar, la FIFA decidió el cambio de sede de la semifinal.

El Real Madrid intentó moverse con rapidez para volar directamente a Marrakech, pero por seguridad y falta de margen de tiempo para montar la infraestructura adecuada, decidió mantener Rabat como primer destino. Allí fue recibido con gritos de pasión, con locura por Cristiano Ronaldo. Iker Casillas entró a la carrera viendo el panorama. La cara seria de Sergio Ramos mostraba el descontrol.

Los empujones frenaron a los aficionados locales, que se van a quedar con las ganas de ver jugar al Real Madrid en Rabat. Todas las entradas estaban vendidas. El llenazo estaba asegurado en un estadio al fin en una competición que hasta el momento ha sido fantasma. La preparará el equipo de Carlo Ancelotti manteniendo sus planes. Hablará en el estadio donde no se jugará y entrenarán en el Mulay Hassan antes de encarar un nuevo viaje, a Marrakech, que se podía haber evitado si FIFA hubiese actuado antes.