Cuando decidimos marcarnos en la piel un dibujo o una palabra para llevar toda la vida, probablemente hemos hecho una buena meditación al respecto, sobre todo si se trata del primero o de un primer paso para una gran obra con la que cubriremos nuestro cuerpo.

Sin embargo, con los ejemplos de los pioneros en tatuarse decoraciones en la piel, hemos visto cómo la tinta suele difuminarse al cabo del tiempo, lo que hace que se altere el dibujo o la palabra original. Por lo tanto, lo que en realidad es para toda la vida es el compromiso de mantener ‘activo’ el tatuaje, aunque este tenga vida propia y su intensidad se vaya evaporando.

Algunos dibujos tienen una mayor consistencia que otros debido a muchos factores. La calidad de la tinta suele ser el principal, pero también el tipo de piel, la exposición al sol o la edad. El proceso que empiezan las agujas inyectando un cuerpo extraño en la piel, como si de un cristal o una púa se tratara, puede ser más o menos aceptado por nuestro cuerpo.

Y es que al recibir las primeras gotas de tinta, nuestro cuerpo envía los glóbulos blancos para rechazarlas. En función de la genética, se podrá eliminar una mayor o menor cantidad de tinta, pero esta está preparada para resistir el rechazo del cuerpo de algún modo y mantenerse en ella. Este es el motivo por el que algunos tatuajes requieren más repasos que otros.

La tinta que queda en la piel reside en el tejido conjuntivo de nuestro organismo, lo que teóricamente debería mantenerlo fijado para toda la vida.

Pero este tejido conjuntivo no es eterno ni inamovible. Sus células mueren como el resto, por lo que con el tiempo el dibujo puede fracturarse y parecer difuminado o manchado. Aquellos tatuajes con líneas más delgadas pueden durar tan solo 10 años en buen estado, ya que es más fácil que pierdan consistencia. En cambio, un tatuaje de gran tamaño consigue definición de manera prolongada, ya que tiene más cantidad de tinta adherida a un mayor número de células.

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