Por la rodilla, con pinzas o en cuero, pero corto. Dior no deja lugar a dudas: el pantalón que descubre el gemelo, si se lleva con una americana a juego, resulta apto para eventos elegantes.

Además del negro, el ciruela y el azul, con sus respectivos matices, coparon el desfile que se desarrolló en el Tennis Club de París, en el exclusivo distrito dieciséis de la capital francesa.

El belga Kris Van Assche apoyó su creatividad para Dior en un “patchwork” continuo que incluía incursiones metalizadas, en referencia a las esculturas del artista estadounidense John Chamberlain construidas con piezas de coches.

El desfile se desarrolló en un espacio presidido por un laberinto de espejos que, al paso de los modelos, reflejaba las americanas de cuero de manga corta, las chaquetas de hombros caídos y cintura corta y los impermeables brillantes.

“Hay pantalones con pliegues para hacer como ‘sarouel’ (bombachos, de tiro bajo), hay muchas chaquetas estructuradas, muy cerca del cuerpo, y hay varias prendas pintadas a mano”, explicó el diseñador.

Los chalecos de punto, los tirantes y los estampados, junto a las televisiones antiguas, la máquina de escribir o la proyección de escenas de la película de Steven Spielberg “Catch Me If You Can” (“Atrápame si puedes”), albergan la esencia de la que fue la época de mayor esplendor de la marca.

Kenzo persiguió los pantalones anchos y los estampados de olas de mar y de mensajes escritos en una botella, mientras Miharayasuhiro ensalzó las solapas y las impresiones. EFE