Una historia de amor con trasfondo del Brooklyn obrero, una reflexión sobre la soledad envuelta en la tensión del thriller y una conexión directa con la tradición de gángsters del cine norteamericano. Todo eso es The Drop, que ha entrado hoy en competición oficial en el Festival de San Sebastián.

Dirigida por el belga Michael Roskman (“Bullhead”, 2011), la película cuenta con no pocos alicientes: una soberbia interpretación de Tom Hardy, que ya demostró su talento en “Origen” (2010) de Christopher Nolan y más recientemente en el thriller “Locke” (2013), y la última aparición cinematográfica del fallecido James Gandolfini.

Además, el aparentemente sencillo guión es de Dennis Lehane, experto en el género policial ambientado en las clases sociales más bajas y responsable de los libretos de “Shutter Island”, “Mystic River” o “Adiós pequeña, adiós”.

Hardy interpreta a Bob Saginowski, un solitario camarero que trabaja en el bar de su primo Marv (Gandolfini), en un barrio deprimido de Brooklyn, que en realidad es una tapadera de la mafia local. Su vida es complicada y vive aislado, hasta que un día descubre un cachorro abandonado en un cubo de basura.

Lamentablemente Hardy no ha acudido a la cita donostiarra y tampoco ha aparecido el belga Matthias Schoenaerts, que repite con Roskman tras la experiencia en “Bullhead”, nominada a los Óscar.

The Drop ha sido presentada por su director y por la actriz sueca Noomi Rapace, conocida por la saga Millenium, y que también ha trabajado con Ridley Scott en “Prometheus”.

Según Roskman, The Drop es sobre todo una historia sobre la búsqueda de la inocencia.

“Para mí la palabra clave es inocencia”, señaló a Efe. “Es la historia de un chico (Bob Saganowsky) que ya la había dejado de buscar y de pronto la encuentra en forma de mascota. Ese es para mí el corazón de la película, el resto viene luego”.

“El perro es una especie de puente entre mi personaje y el de Bob”, precisa Rapace. “Durante el rodaje hablamos mucho de la soledad, y de nuestra necesidad de salir de esa burbuja y conectar con la gente. Es algo universal y cuando lo logras es una de las cosas más cercanas a la felicidad”, afirma la actriz.

Aunque la acción originalmente, según el relato de Lehan en que se basa el guión, se desarrollaba en Boston, para la pantalla decidieron trasladarlo a Brooklyn, un distrito que en los últimos años ha vivido una reconversión burguesa pero que, según Roskam, conserva muchos barrios obreros.

“Brooklyn tiene muchas caras, es enorme, es más grande que París. Hay muchísima diversidad. Yo quería un barrio católico, de clase trabajadora, y hay muchos así en Brooklyn, aunque en realidad también los hay en mi país, es algo universal”, explica.

“Se trata de vecindarios de gente obrera que no siempre tienen voz y no se sienten representados en el orden establecido. Y donde no hay ley, hay crimen, es otra forma de organizar la vida. Es algo que sigue existiendo hoy en esos barrios aunque quizá sea más invisible que nunca”, opina.

Sobre la experiencia de trabajar con el inolvidable Tony Soprano, ni Roskman ni Rapace ahorran en elogios.

“Yo me quedé cautivado. A veces era tan maravilloso ver lo que sucedía frente a la cámara que casi me olvidaba de decir corten”, admite el director.

“A pesar de llamarse James Gandolfini y de tener una trayectoria impresionante, nunca se mostraba confiado en su experiencia. Cada vez empezaba desde lo más básico, desde cero”, añade.

Rapace cuenta que a los pocos días de empezar el rodaje se pasó a saludar a Gandolfini. Estaba rodando una escena con Hardy. “Iba a pasarme un momento pero me quedé atrapada. Lo que pasaba entre ellos era mágico, tan vivo”.

Con información de EFE.