A Leonardo DiCaprio todos lo aman, qué duda cabe. Lo respetan por ser un gran actor y se derriten porque es uno de los solteros más codiciados del mundo. A su lado le falta una estatuilla, dorada y escurridiza, anhelada, pero esquiva. Sin embargo, en esta edición de los Premios Oscar una nueva historia se teje.
Ha participado en películas memorables, ha protagonizados personajes increíbles y cuando todos apostábamos porque este año sí “sería su año”, el Oscar terminaba en otras masculinas manos.
Los críticos se alborotan, se contradicen, se aúnan en torno a Leonardo. Si bien The Revenant no es la mejor película y no es su mejor actuación, todos creen, desean, imploran, que en esta ocasión el sobre lleve su nombre escrito, sonría, avance a paso ligero y agradezca con el premio entre sus manos.
Pero han sido cuatro las dolorosas veces que Leonardo DiCaprio aplaudió con modestia y escuchó el discurso del eventual ganador que sostenía la estatuilla de oro que todos, críticos y público cautivo, pensábamos que estaba destinada para él.