El guión se iba escribiendo sobre la marcha, la Segunda Guerra Mundial había dejado a Hollywood sin galanes y Humphrey Bogart había entrado en la nómina de la película a última hora, sustituyendo nada menos que Ronald Reagan. En vez de Ingrid Bergman se había pensado en Hedy Lamarr y ni siquiera iba a estar ambientada en Marruecos, sino en Lisboa.

Casablanca había nacido más como un filme de propaganda política que como la historia de un amor inmortal, cuyo exotismo sería reconstruido enteramente en los estudios e incluso algunos decorados, como la estación de París, fueron reciclados de otras películas de la Warner, en este caso “La extraña pasajera”.

El título que se barajó al principio fue el de la obra de teatro en la que se basaba, “Everybody Comes to Rick’s” (todo el mundo viene a Rick’s), aunque se decidió el título final para repetir el éxito de “Argel”, rodada tres años antes.

Así, a trompicones, se forjaba una de las películas con más momentos inolvidables y rememorados, ganadora de tres Óscar, llena de diálogos inolvidables, interpretaciones antológicas de Bogart e Ingrid Bergman y una música de Max Steiner para la eternidad. EFE