El actor austríaco Arnold Schwarzenegger regresó a lo que nunca dejó de ser, el mejor cíborg, para un nuevo “Terminator” algo entrado en años, programado para proteger en lugar de aniquilar y que mira con ojos de suegro al muchacho nacido para arrebatarle a su niña.

“I’m back” (“Volví”), fue la frase con que Schwarzenegger presentó en Berlín su “Terminator Génesis”, un alarde de efectos especiales en 3D dirigido por Alan Taylor, con Emilia Clarke (“Game of Thrones”) como Sarah Connor.

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Con 67 años, de regreso a lo suyo tras ser “Gobernator” en California y consciente de su carisma, incluso cuando ejercía de máquina exterminadora, a Schwarzenegger le quedaba la asignatura pendiente de darle la vuelta a su cíborg.

Taylor (“Thor: The Dark World”) se lo puso en bandeja en un filme que tanto el director como los productores, David Ellison y Dana Goldberg, aseguran no es un “remake”.

Para demostrar que no es un “remake”, al T-5000 que fue Schwarzenegger se le ha reprogramado para convertirlo en ángel guardián de la Sarah Connor a la que en el pasado quiso destruir.

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El punto de arranque es un mundo abocado a la apocalipsis, porque el hombre desidioso entregó su alma y su armamento a la máquina. Un mundo donde los cirujanos no atienden al operado, pendientes de los mensajes que entran y salen de su teléfono inteligente, y donde el guarda del hospital no ve irrumpir a un intruso en su sala de vídeovigilancia, porque también está chateando.

Visionaria e irónica, la saga de la marca “Terminator” gira en torno a la frase que va repitiendo el avejentado cíborg: “Soy viejo, pero no obsoleto”, muy a la medida de Schwarzenegger.

“Terminator Génesis” traiciona algo las reglas del juego del cine de acción, con largos diálogos para explicar relaciones materno-filiales dislocadas entre saltos del tiempo, que en realidad importan poco porque lo que llevó al espectador a su butaca son los efectos especiales o Schwarzenegger, sin más. (Con información de EFE)