Los velocistas son los equilibristas del atletismo. Entrenan durante meses, como los mejores acróbatas, para jugarse el pellejo en unos cuantos pasos. Porque en una carrera de poco más de diez segundos, un error milimétrico tampoco tiene perdón. Y esa era una certeza que Paola Mautino no logró controlar en doce años de carrera deportiva. Hasta que entendió que el salto largo podía ser una diatriba contra la perfección: una prueba que compensa a los atletas que logran corregir sus errores durante la competencia. Ahora Mautino estará en Toronto 2015.

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“Tener seis saltos hace que manejes tus emociones de otro modo. La competencia a mí siempre me había paralizado y, en cambio, aquí puedo comenzar pésimo, y terminar muy bien porque sé que tengo otra oportunidad”, dice la última campeona bolivariana en salto largo, quien ya clasificó para los Juegos Panamericanos de Toronto y, hace unos días, logró el récord nacional, con una marca de 6,43 metros, durante el último Grand Prix Sudamericano realizado en Lima.

Paola Mautino empezó a trotar en las pistas de atletismo de La Videna, cuando ni siquiera imaginaba que alguien pudiera correr por otra cosa que no fuera un juego. Entonces, era aquella niñita inquieta de 6 o 7 años que seguía a su padre a todos lados y que, pronto, empezaría a competir como un paso natural. “Lo divertido es que nunca fue una imposición y le tomé el gusto”, cuenta una mañana de abril después de entrenar. Pero a la hora de competir era otra cosa: saber que si cometía un solo error en la carrera de cien metros arruinaría todo, la llevaba directo al fracaso. “Me daba pánico”, recuerda la saltadora de 24 años.

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Desde pequeña, Mautino había sido una atleta con los pies puestos en la tierra.

Eso, para sus amigos no era más que pesimismo. Pero cuando su padre comenzó a

entrenarla, fue sincero: como velocista no tenía las condiciones para llegar a ser campeona olímpica. Lo que podría conseguir, con perseverancia, era el récord nacional. Y, por eso, trabajaron durante más de una década.

Sin embargo, cada vez que estaba a punto de superar su techo, la presión volvía. Lo intentó todo: hablaba con su familia, trataba de relajarse, hacía ejercicios de visualización con un psicólogo deportivo, y nada funcionaba; pero nunca dejó de correr. Hasta que, hace tres años, su padre le dijo que lo mejor sería que dejara de ser su entrenador. (Revista Cosas)

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Y le habló, también, de practicar salto largo para perfeccionar su técnica. Entonces, Mautino volvería a comenzar de cero: aprendería sobre la elegancia

y la precisión que debían tener sus saltos, pero, también, que un error no significaría el final. “_Hasta resulta paradójico porque si antes la ansiedad me

paralizaba, ahora hasta parece que mis saltos salen a presión, cuanto más dura

es la competencia, mejor rendimiento doy_”, dice la atleta que espera llegar a

la final de los Juegos Panamericanos de Toronto.

Pensar en una medalla todavía le parece arriesgado, pero si algo aprendió junto a su padre es que nunca se debe abandonar el juego, sin luchar. Y Paola Mautino,

aunque prefiera el pesimismo, no piensa dejar de saltar.