Todo el mundo sabe lo que es el cambio climático, pero pocos han oído hablar del “séptimo continente”. Se trata de una isla de basura 97 veces más extensa que Holanda y de unos 30 metros de espesor entre las costas de California y Hawai.
Pesa alrededor de 3,5 millones de toneladas y más bien es una enorme sopa de residuos porque no se puede caminar por ella. La descubrió de pura casualidad en 1997 el oceanógrafo estadounidense Charles Moore porque no está cerca de ninguna ruta marítima comercial ni turística.
Incluso, los satélites no pueden detectarla: sólo puede avistarse desde el puente de los barcos. Pese a todo, constituye una de las mayores amenazas ecológicas actuales.
Los desperdicios se agrupan en un remolino gigante provocado por la fuerza de la corriente en vórtice del Pacífico Norte, que gira en sentido de las agujas del reloj. Esto, con la ayuda de los vientos de la zona, impide que los desechos plásticos se dispersen hacia las costas.
La isla de basura está compuesta por todo lo que se pueda imaginar: boyas, redes de pesca, cepillos de dientes, bombillas, tapas de botellas, objetos procedentes de alcantarillas… Pero destacan sobre todo pequeñísimas piezas de plástico, millones de ellas, algunas del tamaño de un grano de arroz.
El detritus de los desechos contamina las aguas y envenena a los peces, que ingieren las partículas de plástico más diminutas. Esas toxinas pueden ser transmitidas en cadena a depredadores más grandes, incluido, por supuesto, el hombre.
La del Pacífico no es la única gran isla de basura que existe en el mundo. Los investigadores creen que hay cuatro más de dimensiones apocalípticas.
Una de ellas se sitúa en el Atlántico Norte occidental, entre la latitud de Cuba y el norte de EE.UU., a más de 1.000 kilómetros mar adentro, en el mar de los Sargazos. Los desechos allí están más concentrados y permanecen en la superficie durante décadas.
Fuente: Taringa / ABC