En menos de veinte horas el Vesuvius (el monte exterminador que no es el Vesubio que conocemos hoy, como comúnmente se cree) expulsó sobre Pompeya diez mil millones de toneladas de magma, centenares de millones de toneladas de vapores y de otros gases a una velocidad de 300 metros al segundo.
En Pompeya vivía Faustilla, la usurera que hasta el último momento persigue a sus clientes exigiendo el pago de los créditos mientras Pompeya se derrumbaba. Vive Novella Primigenia, la actriz que, tras el teatro, intima con hombres poderosos la noche anterior a la tragedia. Se encuentra allí Apollinare, médico personal del emperador Tito, que en su tour por la provincia visita a la bella Rectina, la aristócrata organizadora, incluso pocas horas antes de la catástrofe, de suntuosas fiestas en su villa al pie del Vesuvius.
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Esta narración de la tragedia de Pompeya la ha hecho de una forma inédita el paleontólogo más famoso de Italia y divulgador científico Alberto Angela en su libro “Los tres días de Pompeya”, un best seller en Italia.
En esa cuenta atrás de la tragedia, se comienza a las ocho de la mañana del 22 de octubre del 79 d.C., cuando faltan 53 horas para la erupción, que se produce en otoño y no en verano como siempre se ha narrado.
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La vida de Pompeya durante tres días la reconstruye Alberto Angela con siete supervivientes que históricamente han existido, con sus nombres y apellidos, a los que sigue paso a paso en un recorrido que se puede hacer todavía hoy por calles, casas y locales públicos.
Nos encontramos así con Plinio el Joven, un superviviente que describió la erupción en sus dos famosas cartas dirigidas a Tácito. Plinio habla de la villa de la citada Rectina perteneciente a la élite romana, que también se salvó, al igual que el joven Aulio Furio Saturnino, miembro de una de las más conocidas familias de Pompeya que hacía negocios con ella.
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Se salvará Flavio Cresto, un liberto que va a jugar a los dados a un casino de Pompeya. Se salva también Tito Suedio Clemente, tribuno enviado a Pompeya por el emperador Vespasiano para concluir la revisión del Catastro.
Por el contrario, poco clemente fue la suerte con la señora Giocondo: ese día había organizado un viaje a su granja fuera de Pompeya. Su marido, el banquero Lucio Cecilio Giocondo, había recibido a una señora rica en su oficina del Foro. Pero su esposa no saldrá ya nunca más de la granja, sepultada por la lava, gas y magma.
Un breve lapso de tiempo ha constituido la diferencia entre la vida y la muerte. Quienes eligieron la fuga en las primeras horas desde que se inició la erupción tuvo la posibilidad de escapar. Por el contrario, los que dudaron o decidieron esperar que el Vesuvius se calmara permaneciendo en la ciudad, encontró la muerte.
La mayor parte de los habitantes de Pompeya murió, porque ninguno esperaba tal catástrofe, y cuando lo comprendieron era demasiado tarde. El poeta Cesio Basso podría haberse escapado. El propietario del hotel donde se hospedaba, Cossio Libano, viendo las primeras nubes elevarse en el cielo, comprendió enseguida la dimensión de la tragedia que se abatía sobre Pompeya y tuvo tiempo para organizar tres carros y salvar a su familia. Ofreció un puesto al poeta Basso, que lo rechazó.
En un radio de 12-15 kilómetros el territorio en dirección a Pompeya quedará bajo un espesor de 3 metros de lava. Herculano quedará bajo 20 metros de fangos volcánicos y Pompeya bajo casi 6 metros de lava, piedra pómez y cenizas. Pocos habitantes se salvaron, solo aquellos que se marcharon de inmediato.
Datos ciertos sobre los muertos nos los hay, pero se estiman entre ocho y diez mil en Pompeya y de tres mil a cuatro mil en Herculano. El primer esqueleto se encontró el 19 abril 1748, y hasta hoy se han descubierto 1.047 en Pompeya y 328 en Herculano.
Fuente: ABC de España