Una vida que creció en vertical al hilo de la explotación de carbón hasta que hace casi cuatro décadas se acabó el mineral y la isla fue abandonada por todos.

Lo que queda es el rastro que dejan las personas: un televisor de los años 70 abandonado, platos de comida en una mesa, nombres de maestros en la pizarra de la escuela, una muñeca ahora destartalada, etc.

“Era el lugar de la tierra con mayor densidad de población hasta que Mitsubishi, la compañía dueña de la isla, cerró sus operaciones en 1974”, explica el cineasta sueco Thomas Nordanstad en el documental “Hashima” (2002).

Su aspecto es fantasmagórico. La isla, que en tan reducido espacio llegó a tener hospital, restaurante, escuela y templo, fue abandonada en cuestión de días.

La compañía ofrecía trabajo sólo a los primeros en salir de allí y llegar a los nuevos destinos en tierra. A la personalidad misteriosa de esta isla amurallada contribuye que, vista desde lejos, parece un acorazado. De ahí que también a la isla de Hashima se le conoce con el apodo de “Gunkanjima”, o “isla del acorazado”.

Hasta 2009 estaba prohibido acercarse a la isla por el riesgo de derrumbe de los edificios, pero según la web japanguide.com, ahora, además de acercarse en barco a los alrededores de la isla, es posible desembarcar en ella.

Fuente: The Huffington Post