Nuevos datos sobre la muerte del inca Atahualpa están causando polémica en el mundo de la historia, pues según una nueva biografía de Francisco Pizarro, se indica que éste habría llorado cuando el último gobernante cusqueño fue ejecutado.

Atahualpa, quien se proclamó inca tras asesinar a su hermano Huáscar, fue apresado por el ejército español, que al mando de Pizarro lo mantuvo cautivo por más de seis meses en Cajamarca.

Durante este tiempo, el inca llevó plata y oro a dos aposentos para conseguir su libertad. Aunque encarcelado, tenía cerca a sus mujeres y servidores, convivía con los españoles: comía y jugaba a cartas o dados con Pizarro; de ahí que surgiera amistad entre ellos.

Pero los aposentos no se llenaban y los soldados recién llegados, especialmente de Diego de Almagro, estaban descontentos; decían que él se preparaba para matarlos. Un día dos indígenas dijeron que venían huyendo de su ejército, que estaba a tres leguas, y que en poco tiempo les atacarían sobre cincuenta mil guerreros.

Los cronistas presentes confirman aquel hecho; solamente Cieza de León, Betanzos y Pedro Pizarro, que no se hallaban, lo achacan a un error del lengua Felipillo.

Pizarro sabía que si les atacaban, perecerían todos. Sus capitanes decían que solo se podrían salvar si Atahualpa moría, pero él dudaba porque lo apreciaba; seguramente pensó en mandarlo a España, mas no había tiempo, dado que los guerreros se hallaban muy cerca de la ciudad. En tan dramáticos momentos, presionado por sus hombres, tuvo que tomar la decisión de entablarle un proceso.

Atahualpa fue juzgado y condenado a morir y al día siguiente se ejecutó la sentencia. Sobre las siete de la noche le sacaron de sus aposentos para conducirle a la plaza.

Por el camino preguntó que por qué le mataban y le dijeron que por haber mandado su ejército sobre Cajamarca. Respondió que aquel ejército pertenecía a su hermano Huascar y que los hombres que lo integraban eran enemigos suyos, pero aquella explicación no sirvió de nada y continuaron llevándole hacia el lugar de la ejecución.

Pizarro no había tenido más remedio que ordenar la ejecución, aún en contra de su voluntad, por eso el cronista sigue diciendo: “Yo vide llorar al marqués de pesar por no podelle dar la vida…”; a sus cincuenta y cuatro años, el soldado curtido en tantas batallas, lloraba de dolor por tener que ejecutar a quien había llegado a ser su amigo.

Fuente: ABC