Adolf Hitler conoció a su sobrina Geli Raubal en 1925, que por aquel entonces tenía 17 años. Se trataba de una chica alegre y viva, que mostraba un gran respeto por su tío.
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Él pasaba sus horas libres con ella y quería que lo acompañara a todos lados. Los más allegados conocían la situación y pronto el rumor creció aunque el Führer, colérico, lo negó siempre, pues sabía que esta relación prohibida podría afectar su régimen y así fue, pero supo controlar el descontrol.
Después de los primeros tiempos, ya en Munich, las cosas se tornaron difíciles para Geli. Hitler (ahora jefe del Partido Nazi), extremadamente posesivo, le quitó a la joven toda posibilidad de libertad, imposibilitándola de tener amigos. Asfixiada por ese apego excesivo, Geli lo enfrentó, comunicándole su intención de regresar a Austria para estudiar música. Obviamente, le fue prohibido.
Desmoralizada y como escapismo a un entorno torturante, Geli inició una relación con el chofer y escolta de Hitler, uno de los fundadores de la SS, Emil Maurice. Ambos solicitaron permiso para entablar un noviazgo. Este accedió pero con la condición de que no estuvieran nunca a solas. Pero Hitler actuó bajo las sombras: Maurice fue alejado lentamente de su círculo íntimo hasta lograr que se retirara definitivamente.
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El alejamiento de Maurice desoló a Geli, quien ya no encontró manera para luchar contra la reclusión a la que era sometida. Nuevamente quiso irse a Austria, pero sólo encontró una feroz negativa. En septiembre de 1931 ambos discutieron. Hitler partió en su auto a Hamburgo (Holanda) y cuando atravesaba la ciudad de Nuremberg, le avisaron que Geli se había suicidado disparándose con la pistola de su tío.
Geli Raubal dejó una marca imborrable en la vida del Führer. Tan profundo fue el dolor por su desaparición que selló la habitación en la que había muerto. Sólo entraron por años, él y el ama de llaves. Se afirma que poco después intentó suicidarse y que Rudof Hess lo impidió, escuchándole decir que Geli era la única mujer que había amado de verdad.