La muerte es algo trágico, el fin de todo y por ello la mayoría de las personas le teme. Existen varios tipos de fallecimiento, los de larga agonía (algo que para muchos es el peor), algunos llegan como un rayo fulminante: sin avisar y de un momento a otro. Pero existe un tipo de muerte que se considera estúpida, absolutamente absurda.

Este es el caso de estos cinco personajes de la historia que no pudieron escapar de su absurdo fin, que fueron víctimas de una muerte ridícula que distrae de lo importante de sus biografías.

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Isadora Duncan: La causa de su muerte: su gusto especial por las bufandas y los pañuelos largos. En Niza, Francia, Duncan iba de pasajera en un automóvil cuando el pañuelo que llevaba al cuello se enredó en la rueda, provocando su muerte instantánea.

Clement Vallandigham: Estaba encargado de defender a un hombre acusado de asesinato. El argumento para su defensa fue que la víctima perfectamente podría haberse disparado a sí misma accidentalmente. Intentado probar su punto, el propio abogado se disparó a sí mismo accidentalmente en la corte. Si bien murió, su defendido fue declarado inocente.

Adolfo Federico de Suecia: En 1771 sirvió un banquete que consistía en langosta, caviar, chucrut, arenque ahumado y champagne, al que luego agregó 14 porciones de su postre favorito, el tradicional pastel sueco semla, servido en un gran tazón de leche caliente. Desde entonces, en las escuelas suecas se lo conoce familiarmente como «el rey que comió hasta morir». Sin dudas murió con el corazón contento (pero exhausto).

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Thomas Urquhart: Según cuenta la leyenda, Urquhart se murió de un ataque de risa al enterarse que Carlos II de Inglaterra se había hecho con el trono durante la Restauración. Se puede suponer que el que rió después fue el rey Carlos II.

Hans Steininger: Murió al quebrarse el cuello tras tropezar con su propia barba. Steininger tenía una barba de más de un metro de largo, que generalmente enrollaba dentro de un estuche de cuero. Ese día tal vez había olvidado el estuche.