Sería difícil encontrar un mejor ejemplo del peso de un apellido que el de Keiko Fujimori, candidata presidencial a sus 36 años en virtud de una cuestión dinástica que, paradójicamente, se ha convertido también en el mayor lastre para ganar las elecciones peruanas.

La evolución de la estrategia de campaña de su agrupación Fuerza 2011 es el más claro ejemplo de esta esquizofrenia: Por un lado, la reivindicación del Gobierno de Alberto Fujimori ha sido vital para atraer a los partidarios de su padre; por el otro, ha querido mostrarse como una persona diferente y autónoma en las últimas semanas para atraer a otros votantes.

Cuando su padre venció a Mario Vargas Llosa en las elecciones de 1990, Keiko era apenas una adolescente de 15 años de edad. Ella se encontró, a raíz del divorcio de sus padres en 1994, asumiendo a los 19 años el cargo de “primera dama”, la más joven de la historia de América.

Incluso tuvo episodios de rebeldía frente a su padre, como cuando en 1998 añadió su firma a la campaña civil “Foro Democrático”, cuyo objetivo era llevar al Congreso una iniciativa de referéndum para que el pueblo se pronunciara sobre la intención de Fujimori de presentarse a un tercer mandato consecutivo en las elecciones de 2000.

El escándalo de las posteriores elecciones y, finalmente, la renuncia desde Japón de Alberto Fujimori, también debieron causar una dura reacción en Keiko. Así lo muestra al menos su anuncio de renunciar a toda actividad política y su pretensión de iniciar una carrera en el sector privado en Estados Unidos.

Sin embargo, esta lejanía de la vida pública pronto llegó a su fin. El motivo, la truncada intención de su padre de regresar a Perú para postular a las elecciones de 2006 y su detención en Chile, a donde había llegado con maneras de candidato y no de prófugo.

El fujimorismo necesitaba una nueva cara y ahí estaba Keiko. Ya sea por la obligación de mantener una fuerza política que apoye la inocencia de su padre, condenado en Perú a 25 años de cárcel por delitos durante su gobierno, o por una auténtica vocación política redescubierta, lo cierto es que Keiko, que cumplió en mayo 36 años de edad, se ha convertido en una de las políticas más relevantes de su país.

Sin embargo, y tras pasar a segunda vuelta contra los pronósticos iniciales, la candidata peruana se encontró con que el mismo legado que le otorgó el apoyo de un 20 % del país, la convertía en heredera de un régimen denostado por buena parte del resto.

“Yo no soy mi padre, quien toma las decisiones en mi partido soy yo”, afirmó en el último debate presidencial Keiko ante los ataques que recordaban los crímenes cometidos por el Gobierno de Alberto Fujimori y en uno de los pocos momentos en que la candidata pareció perder la frialdad que transmite su pausada forma de hablar.

Fuente: Efe