Han pasado más de 60 años de su muerte y el recuerdo de sigue latente en el corazón de Chachapoyas en la región Amazonas, precisamente, hace algunas semanas, la Santa Sede informó que ya se cumplió el primer paso hacia su santidad.

Se trata del primer obispo salesiano peruano, la historia cuenta que tuvo la oportunidad de tener como maestros a sacerdotes que habían conocido a Don Bosco, el carismático sacerdote diocesano que fundó la congregación salesiana, a mediados del siglo XIX.

Atravesando la jungla tropical y pasando privaciones, monseñor Ortiz-Arrieta visitaba cada una de las comunidades de su diócesis. A lomo de bestia, a pie, con el cayado en la mano, llegaba a los villorrios de la ceja de selva con la palabra de Dios.

Llenaba de esperanza al pueblo y la gente se hincaba ante el humilde padre que se dignaba visitarlos en medio de su orfandad.

Solía decir: “Delante de Dios no hay nada pequeño, antes bien, en lo pequeño conoceremos si verdaderamente amamos a Dios”. Las virtudes de sencillez y humildad vivían en su accionar cotidiano. (Fuente: Andina)