Antes de entrar en la capilla Sixtina, lugar donde tradicionalmente se eligen a los papas, los cardenales se reunieron en la cercana capilla Paulina, donde el purpurado que preside el rito les recordó en latín que están allí para elegir al Sumo Pontífice.

En procesión recitaron las letanías de los santos y las invocaciones a Cristo en latín. Concluidas las letanías y una vez que cada uno ha ocupado su asiento, cantaron el “Veni Creator Spiritus”, himno de invocación al Espíritu Santo, también en latín.

Tras ello, se realizó el juramento de los cardenales, “De iure iurando”. Todos, a la vez, pronunciaron la larga fórmula, por la que se juran observar la Constitución Apostólica “Universi Dominici Gregis”, sobre la elección del papa y defender hasta la extenuación los derechos espirituales y temporales, además de la libertad de la Santa Sede.

Asimismo se comprometieron a mantener el secreto de todo aquello que concierne a la elección del Romano Pontífice y todo lo que ocurre en la sixtina. Después cada uno de los cardenales dijo el siguiente juramento: “Et ego …cardinalis …spondeo, voveo ac iuro (Y yo, … cardenal … prometo, me obligo y juro).

Y poniendo las manos en el Evangelio agregaron: “Sic me deus adiuvet et haec sancta dei evangelia quae manu mea tango” (Que Dios me ayude y estos Santos Evangelios que toco con mi mano).

Cuando el último de los cardenales electores prestó el juramento, el Maestro de Ceremonias Litúrgicas Pontificias, el arzobispo Guido Marini, dijo “extra omnes”, y todos los que no participan en el cónclave salieron de la capilla Sixtina, tras lo cual se cerraron las puertas.

Horas después, el humo negro, muy denso, salió por la chimenea durante un buen rato, para que no quedasen dudas de que era de ese color, confirmando que la primera jornada en la capilla Sixtina cerró sin ninguna novedad.