Según las estadísticas, desde el año 1.400 la mayoría de los pontífices han sido elegidos con 63 años o más. Algunos de ellos, como el actual papa Benedicto XVI, superaban los 75 en el momento de ocupar el sillón de San Pedro.

Pueden parecer cuestiones anecdóticas, pero detrás de estos datos curiosos existen profundas razones históricas, tradiciones, simbolismos y situaciones sorprendentes y opciones personales, a menudo desconocidas, pero cargadas de significado, que jalonan el largo y arduo camino de la Iglesia.

El ritual secular del cónclave prevé que el sucesor del trono de Pedro adopte un nombre inmediatamente después de haber sido elegido.

El nombre se anuncia menos de una hora después de la fumata blanca que informa al mundo de la elección de un nuevo Pontífice, precedido de la protocolaria fórmula en latín: “Annuntio vobis gaudium magnum, habemus papam”, proclamada desde el balcón del palacio apostólico.

“Lo escoge libremente la persona elegida, y es el único que puede explicar por qué lo ha hecho”, explicó el portavoz del Vaticano, Francisco Lombardi.

Los nombres más utilizados por los sumos pontífices han sido: Juan (23 ocasiones) y Gregorio y Benedicto (16 veces), mientras que 43 nombres (como Pedro, Anacleto, Ponciano o Eusebio), fueron utilizados una sola vez, en tanto que Juan Pablo I y Juan Pablo II han sido los únicos papas que han usado un nombre compuesto.