De ser una nación extremadamente pobre hace un siglo, Qatar ha pasado a ser el más rico del mundo, con un ingreso per cápita de US$100.000. ¿Qué impacto ha tenido este cambio en la sociedad catarí?

Los cataríes tienen educación y medicina gratuitas, trabajo garantizado, subvenciones para comprar viviendas y no pagan por el agua o la electricidad. Sin embargo, la abundancia trajo sus propios problemas.

Doha, capital del país, es un sitio en construcción: algunas zonas están en plena obra o en proceso de demolición. El tráfico es denso. Hace que la jornada laboral se torne más larga y deja a los conductores impacientes y estresados.

“Nos hemos vuelto urbanos”, dice Kaltham Al Ghanim, profesor de sociología de la Universidad de Qatar. “Nuestra vida social y económica ha cambiado, las familias se han separado y la cultura del consumo ha ganado terreno”.

“Es desconcertante para los estudiantes que se gradúan enfrentarse con 20 ofertas de trabajo”, dice un académico en el campus universitario de Qatar. “La gente se siente muy presionada para tomar la decisión correcta”.

En una sociedad en la que los inmigrantes superar en 7 a 1 a los cataríes, los residentes de larga data hablan de la creciente frustración entre los graduados porque los mejores trabajos van a parar a manos de los extranjeros.

Hay una sensación de que, en el apuro por crecer, se perdió algo importante. La vida de la familia catarí está atomizada. Los niños por lo general son criados por niñeras traídas de Filipinas, Nepal o Indonesia, y la brecha cultural es cada vez más amplia entre las distintas generaciones.

La sociedad catarí está definida por clases, asociadas generalmente a la raza. Es extremadamente desigual.

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