Un jordano arrepentido del Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés) narró su vivencia dentro de la organización en Irak y Siria, y cómo llegó a unirse a sus filas tras separarse de su esposa porque es estéril y no podía darle hijos.
Abu Ali, de 38 años se había divorciado de su esposa y había perdido su trabajo. Con el pretexto de “ser un buen musulmán y tener un trabajo de escritorio”, decidió unirse al Daesh. Para ello, se dirigió hacia Akçakale, del lado turco de la frontera con Siria.
Tras pagarle a un barrendero de la zona, cruzó rápidamente la frontera y llegó a la zona dominada por los yihadistas. Apenas cuatro meses necesitó para darse cuenta de las atrocidades y barbaries del grupo terrorista. En ese tiempo fue testigo de cosas que nunca imaginó.
Según el “Daily Mail”, su primer contacto fue con norteamericanos, ingleses, franceses y ciudadanos de otros países. Sólo uno era sirio, el emir del grupo. Tras 5 días, tiempo en el que los yihadistas investigaron los antecedentes de los reclutas, éstos fueron llevados al este de la ciudad de Homs.
Allí recibieron sus entrenamientos y lecciones de la sharia, que se centraban en la diferencia entre los musulmanes y los no musulmanes y la necesidad de luchar contra los infieles y los apóstatas. Parecía el mundo perfecto para Abu Ali.
Sin embargo, todo cambió durante una reunión que organizó un emir yihadista en una cueva, donde a través de un proyector mostró a los reclutas la ejecución del piloto jordano Muaz Kasasbeh, quien fue quemado vivo por los terroristas en febrero de 2015.
Esto lo afectó mucho, pero logró evitar el castigo. Semanas después un comandante sirio le comunicó que sería enviado a las primeras líneas para luchar en Irak. Cuando insistió en manejar la parte administrativa, le advirtieron que podría recibir la pena de muerte.
Su labor en Garma, un pueblo al oeste de Bagdad, cerca de la línea del frente, consistía en arrastrar a los heridos del campo de batalla. “El trabajo era aterrador”, aseguró. Cansado, Abu Ali y otro yihadista le dijeron a un comandante iraquí: “No queremos luchar más”.
Al negarse a luchar en Irak, fue devuelto a Raqqa y permaneció unos días en una prisión de ISIS. Cuando pensaba que sería ejecutado, los yihadistas le dieron una nueva oportunidad y lo llevaron a luchar a la ciudad de Manbij.
Un día llegó a un cibercafé de esa localidad y después de mucho tiempo su teléfono sonó. Era un mensaje de WhatsApp de su esposa. “Si amas algo, déjalo ir. Si no regresa, no era para ti. Pero si lo hace, será tuya para siempre”, decía el mensaje.
Fue en ese instante Abu Ali comprendió todo, se disculpó con ella por sus errores y le comunicó que quería volver. Con la ayuda de un marroquí, que había escapado a Turquía, logró, después de cuatro meses, escapar y unirse a su esposa.