Por seguridad, llevó a sus padres a un hotel de Tacloban días antes del tifón que arrasó el centro de Filipinas la semana pasada.

Su humilde casa, a 20 kilómetros en la vecina ciudad de Palo, le ofrecía pocas garantías por sus endebles tejados de latón y muros de madera y pensó que estarían más protegidos en un edificio mejor. La mala suerte y la fuerza incontrolable de la Naturaleza se aliaron para demostrarle que, contra todos los pronósticos, estaba equivocado.

“Murieron todos los huéspedes del hotel porque el agua llegó a la segunda planta, donde se quedó a la altura de la barbilla”, relató ante lo que queda de su hogar, derribado también por el tifón.

Mientras los fuertes vientos, de hasta 310 kilómetros por hora, casi le sepultan bajo su vivienda en Palo, que parece arrasada por una bomba, en Tacloban levantaron un tsunami de seis metros que ahogó a sus progenitores, Virgilio, un ingeniero civil ya jubilado de 70 años, y Guadalupe, de 67.

“Tras la tormenta, en la que sobreviví de milagro, intenté llamarlos a su móvil y, como los teléfonos no funcionaban, salí andando hacia Tacloban. Cuando llegué allí al cabo de varias horas, encontré el cadáver de mi madre, junto a otros cuerpos sin vida, en la puerta del hotel”, recuerda emocionado.

A su padre lo halló en la habitación porque, según indica, “ni siquiera le dio tiempo a escapar”. Una semana después, ambos siguen envueltos en bolsas negras del Departamento de Salud junto a más de una docena de cadáveres ante las ruinas del Hotel Budget.

Como único consuelo le queda su hermano Carlo Mark, quien a sus 36 años trabaja en Australia como ingeniero de sistemas.

Fuente: ABC.es