Pero al poco tiempo de comenzar su carrera religiosa, Aubrey Lee Price se dio cuenta de que tenía un problema que podía ser incompatible con la profesión: le gustaba demasiado el dinero.

No tardó mucho en percatarse de que era vano luchar contra esa debilidad. Dejó el servicio y cambió a un trabajo más afín a su personalidad: asesor financiero. No fue suficiente y no pudo resistir la tentación de estafar a sus clientes para conseguir dinero.

Cuando se supo que se había robado más de 50 millones de dólares, tramó un plan para evitar la cárcel: fingió su muerte. En junio de 2002 envió notas suicidas a todos sus amigos y se embarcó en un ferry de Key West a Fort Meyers, en Florida, abandonando a su esposa y a sus cuatro hijos.

Así, logró que lo dieran por muerto seis meses después. La hipótesis oficial fue que se había arrojado al río en medio del viaje, y que su cuerpo se perdió en el agua. Mientras, él estaba viajando por el mundo, escondiéndose de las autoridades.

Venezuela fue uno de sus primeros destinos. Allí se dedicó al tráfico de cocaína. Tiempo después, decidió volver a Estados Unidos y se dedicó a la falsificación de identidades. También estuvo vinculado al proxenetismo y a la trata de personas.

Como el FBI se dio cuenta de que estaba vivo y empezó a perseguirlo, él mismo tenía que usar al menos seis identidades distintas. Entre otros nombres, se hacía llamar Diesel, Gator, Javier y Jason. Pero una vida así no puede durar demasiado tiempo.

El 31 de diciembre de 2013, un año y medio después de su presunta muerte, un policía sospechó del auto en el que viajaba y lo detuvo. Ahora, a los 47 años, pasa sus días en prisión, donde cumple una condena de 30 años.

Fuente: Infobae.com