Empleada en la oficina de cuando no era más que un senador en Illinois y “echada” de las Fuerzas Aéreas estadounidenses por airear su homosexualidad, Robin Chaurasiya es hoy finalista de un prestigioso galardón por una labor muy diferente: ser maestra de hijas de prostitutas en la .

Esta joven americana de origen indio critica que la mayor parte del reconocimiento a su carrera proviene de fuera de la India, donde el conservadurismo choca con su método de enseñanza “informal” y donde, según explicó a Efe, afronta innumerables trabas por centrarse en hijas de trabajadoras sexuales.

Su ONG Kranti, que significa “Revolución” en hindi, acoge en Bombay a 16 adolescentes hijas de trabajadoras sexuales y a dos víctimas de tráfico de personas, labor que le ha valido una nominación al Premio Profesor Global, remunerado con un millón de dólares.

Tras iniciarse en el mundo del voluntariado a una “edad temprana”, Chaurasiya reconoce que se decantó por estas jóvenes en parte porque sostienen algunas de las “luchas” que ella misma sufrió en su niñez.

“Crecí en una casa con mucha violencia doméstica y mi mamá tenía esquizofrenia”, apuntó.

La hoy cooperante pasó por la oficina del ahora presidente de Estados Unidos cuando era senador o por las Fuerzas Aéreas de su país natal antes de acabar en la residencia que hoy comparte con las 18 “revolucionarias” en la India.

Todas sus chicas acuden a la escuela Kranti cuatro horas cada mañana, para luego dispersarse por colegios “informales” con clases de yoga o pintura, centros de enseñanza “formal” y escuelas “abiertas” en las que preparan exámenes de forma independiente.

Sus “ajetreadas” tardes continúan con clases de inglés, teatro o música, o “explorando y experimentado diferentes cosas” que tienen lugar en la ciudad, detalló Chaurasiya.

“La gente en la India no cree necesariamente en el tipo de educación en el que yo creo. Es un lugar muy tradicional”, dijo.

“El 99 % de la India todavía cree que uno debe ser ingeniero o doctor, que uno debe (sólo) estudiar para sus exámenes y que la educación formal lo es todo”, criticó.

Tampoco sus alumnas son el prototipo tradicional de estudiante.

Provienen de Kamathipura, uno de los mayores “distritos rojos” de Asia, explicó la maestra, al indicar que muchas de las madres de las “revolucionarias” fueron objeto de tráfico humano cuando tenían entre 10 y 15 años.

Kranti sobrevive gracias a donantes privados y campañas de “crowdfunding” y apenas recibe financiación de empresas.

“A las compañías les encantan los niños pequeños, la educación, los huérfanos, pero a nadie le encantan los problemas del trabajo sexual”, comenta.

La procedencia de las chicas tampoco ayuda a la hora de encontrar el hogar común para todos, un problema que les hace “sufrir” desde hace años.

Por ello, cuando el equipo alquila una vivienda se hace pasar por una organización que trabaja “con huérfanos o algo similar”, hasta que los arrendatarios “leen o escuchan” la verdadera historia de Kranti y las chicas acaban en la calle.

A pesar de todo, afirma que la situación en Kamathipura ha mejorado “mucho” en los últimos años gracias a la presencia de ONGs y la subida de los precios de los alquileres.

A excepción de algunas que murieron o tienen serios “problemas mentales y adicciones”, Kranti y las chicas tienen “buenas relaciones” con las madres, hasta el punto de que éstas “cuidan de la casa” cuando el grupo se va de viaje.

Y es que el equipo se esfuerza en hacer entender a las chicas que sus progenitoras se dedican a la prostitución para darles la vida que ellas no pudieron tener.

“Muchas madres hablan de ello y dicen que prefieren ser una trabajadora sexual y tener a su hija en una escuela inglesa, que ser una trabajadora doméstica y enviarlas” a un colegio público local, indicó Chaurasiya.

“Nuestro sueño – dijo Chaurasiya – es tener nuestra propia casa de la que nadie nos pueda echar y donde podamos fusionar un albergue con una escuela para poder tener muchas más estudiantes”.

Fuente: EFE