“Había tres perros que mataron a cinco niños”, recuerda en Ginebra Ahn Myong-Chol, guardián de un campo de prisioneros durante ocho años, en un testimonio sobre las violaciones de los derechos humanos en Corea del Norte.

“Tras escapar de sus dueños, los perros se echaron encima de los niños que volvían de la escuela del campo. Mataron a tres en el mismo instante. Los guardias enterraron vivos a los otros dos, que respiraban a duras penas”, explicó.

Ahn Myong-Chol, refugiado en Corea del Sur, trabajó en cuatro gulags norcoreanos, denominados “zonas de control total”. Allí, los prisioneros son obligados a trabajar de 16 a 18 horas por día, duermen 4 o 5 horas y reciben tres veces por día 100 gramos de papilla.

“Teníamos el derecho a matarlos y si traíamos el cuerpo, podíamos recibir como recompensa el ir a la universidad”, explica el exguardián, añadiendo que muchos dejaban escapar a propósito a los prisioneros para matarlos y obtener la recompensa.

En 1994, cuando volvió a casa durante un permiso, descubrió que su padre, en un momento de embriaguez, criticó a los dirigentes norcoreanos, por lo que decidió suicidarse. Su madre, su hermana y su hermano fueron detenidos y ya no supo nada más de ellos.

Ahn, que temía por su vida, pudo llegar a la frontera china y atravesar a nado el río Duman. En Corea del Sur, este hombre decidió participar hace tres años con la ONG “Liberad el gulag norcoreano” y ahora narró su testimonio para la ONU.

Fuente: Infobae.com