A los 14 años recién cumplidos, Taylor Wilson logró una reacción de fusión nuclear, cosa que únicamente habían hecho 31 personas antes que él, todos connotados científicos.

Su taller, o mejor dicho, su laboratorio, es el garaje de su casa. Ahí tiene una colección de materiales radiactivos, muchos de los cuales pesca en desiertos donde el Gobierno de Estados Unidos hacía experimentos con bombas atómicas. Hoy tiene 18 años y es un físico nuclear. Se graduó así de joven porque comenzó de pequeño, y bueno, porque es genio.

A los 10 años colgó una tabla periódica de elementos en una de las paredes de su cuarto, y en una semana ya había memorizado todos los números, masas atómicas y puntos de fusión de cada elemento.

Su último logro fue ganarse un premio en la Feria Internacional de Ingeniería y Ciencias, montada por Intel, por hacer un detector nuclear para escanear cargamentos que vienen del exterior.

A Taylor le costó unos cuantos cientos de dólares crear este aparatico, capaz de reemplazar en eficiencia máquinas que quintuplican su valor. Ya está en conversaciones con el Departamento de Seguridad Nacional estadounidense para volver su proyecto realidad.

Taylor estudia en la Universidad de Nevada en Reno, y atiende una escuela para jóvenes superdotados donde su intelecto sobresale. Este apoyo académico le ayudó a sacar sus proyectos adelante, por más absurdos que parecieran.

Todo empezó cuando su abuela le regalo un libro, El boy scout radiactivo, escrito por Ken Silverstein. El libro cuenta la historia de David Hahn, un joven que a principios de los noventa intentó hacer un reactor nuclear en el jardín de su casa. Taylor leyó el libro y se fascinó con el mismo reto. Cándidamente les dijo a sus padres: “Yo puedo hacer lo que él quería”. Y se puso manos a la obra.

Fuente: Cromos.com