Barack Obama hizo historia en 2009 al convertirse en el primer presidente negro de Estados Unidos y a partir de este sábado será recordado también como el mandatario que puso fin a la Guerra Fría con Cuba con su encuentro con Raúl Castro.

En una pequeña sala del recinto donde se celebra en Panamá la VII Cumbre de las Américas, Obama y Castro se sentaron uno al lado del otro y conversaron, en un formato similar al que usa el presidente estadounidense cuando recibe a un mandatario extranjero en el Despacho Oval.

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Con declaraciones como que EE.UU. no puede seguir “atrapado en el pasado” o su reconocimiento de que la política hacia Cuba mantenida por su país durante décadas “fracasó”, Obama se ha ganado a la región sin excepciones.

Esa misma región lo miraba con recelo, decepcionada, hace apenas unos meses, convencida de que había quedado en nada la promesa que hizo en la Cumbre de las Américas de Trinidad y Tobago de 2009 de iniciar una “nueva era”, de “alianza entre iguales”.

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En esa cumbre Obama se reunió con los líderes de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) y el entonces presidente venezolano, el fallecido Hugo Chávez, le regaló el libro “Las venas abiertas de América Latina”, del uruguayo Eduardo Galeano.

Tres años después, en la Cumbre de Cartagena (Colombia), la mayoría de los países criticaron la política estadounidense hacia La Habana y la ausencia de la isla en estas citas continentales, a lo que Obama respondió que daría la bienvenida a una Cuba “libre” en los próximos encuentros.

Ahora, además por el acercamiento a Cuba, Obama también ha sido felicitado por sus homólogos de la región por su plan ejecutivo para regularizar temporalmente a unos 5 millones de indocumentados, muchos de ellos latinos, aunque esas medidas no se han podido aplicar todavía porque están bloqueadas en los tribunales.