Mucho se especula y se teme al fenómeno de las burbujas inmobiliarias. Se dice que actualmente son muchos los países que atraviesan este peligroso momento, pero pocos tienen muy claro su significado.

Una burbuja inmobiliaria comienza a formarse cuando existen muchos inversionistas apostando por diversos proyectos, incluso por aquellos sobrevalorados. En medio de esta emoción por la “prosperidad”, los inversionistas aceptan complejos modelos económicos que ni ellos mismos comprenden.

Las construcciones cuestan lo mismo, pero se ofertan a precios altísimos porque los terrenos son escasos, y aparentemente, existen muchas personas con gran poder adquisitivo buscando un techo propio.

Este poder adquisitivo está financiado exclusivamente por los créditos que los bancos brindan a diestra y siniestra. Las entidades financieras, pues, han decidido que sus filtros sean menos exigentes debido a la gran masa de dinero que ingresa por parte de los inversionistas. De esta forma, se cierra el círculo de la burbuja.

Sin embargo, un rasgo que caracteriza a una burbuja inmobiliaria es el afán de comprar una propiedad a cierto precio para venderlo posteriormente por mucho más. Lógicamente, las personas que compran propiedades con esto en mente, no son conscientes de que el elevado precio de estas viviendas descenderá en unos años y que, cuando sean ellos quienes quieran vender sus propiedades, perderán más de la mitad del dinero invertido. Es aquí cuando explota la burbuja.

Afortunadamente, expertos señalan que este tipo de negocios no se realizan en Perú y que, por ende, el sector inmobiliario nacional no corre riesgos de sufrir de una burbuja inmobiliaria.

Fuente: Alfredo Graf